Desde pequeños se nos inculcó, tanto en la casa como en el colegio, que debíamos ser responsables con los menores y darles buen ejemplo.

Más se crecía, más exigían un comportamiento ejemplar y agradezco mucho las cosas buenas que he practicado en mi vida porque las aprendí viendo a mis hermanos mayores.

La vida y el trabajo además me han enseñado que también en las empresas y organizaciones los subalternos imitan, copian, repiten las conductas de sus jefes inmediatos o superiores, sean estas positivas o negativas.

Allí la responsabilidad es tremenda porque los ojos están puestos en los que mandan. Ellos modelan el comportamiento de los trabajadores. La influencia es mayor por lo que hacen que por lo que dicen. Recuerdo un empleado de tercer orden, amigo de la familia que al preguntarle por qué había “abierto una sucursal y ahora tenía otra familia” él respondió: “todos los de arriba hacen lo mismo”. Esta fue su mejor excusa, sin duda para justificarse.

Si los hijos, aún pequeños, se dan cuenta cuando su papá, mamá o abuelos exigen algo que ellos no cumplen, con mayor razón los adultos perciben la falta de coherencia de todos los que predican maravillas que no practican ni remotamente. ¡Cuánto mal se esparce alrededor!

La coherencia entre lo que decimos ser y lo que somos realmente se demuestra en la vida cotidiana, en el trabajo, en la actividad social y por eso es muy grave la responsabilidad que tienen las personas importantes, los famosos, los políticos, los sacerdotes y todos los que ejercen un liderazgo; mientras más carismático, más expuesto a la imitación tanto en lo positivo como en lo negativo.

De los fariseos, decía Jesús: “Haced lo que ellos dicen, mas no lo que ellos hacen” y la palabra fariseo se volvió sinónimo de hipócrita.

Jesús de Nazareth era totalmente coherente, íntegro y en los relatos evangélicos se comprueba a la saciedad cómo lo que Él predicaba lo vivía a plenitud y sin duda siempre nos dio buen ejemplo de vida, que sus seguidores continúan tratando de imitar más de dos mil años después.

La coherencia implica vivir la propia verdad sin pretender engañarse ni engañar; es la virtud que genera confianza y credibilidad. Yo creo en una persona que hace lo que predica y que se esfuerza por vivir de acuerdo a sus creencias, porque nadie es perfecto, ni los santos; pero quien es íntegro inspira respeto por sus palabras, sus sentimientos, sus reacciones y sus hechos.

Cuando nos lamentamos de los niveles de corrupción que tiene nuestro país, apuntamos, con razón, a los mayores y más grandes malos ejemplos que se han dado en la actividad pública o privada, pero no olvidemos también, examinarnos cada uno, en los pequeños.

Sería excelente aprovechar este tiempo de Cuaresma que estamos viviendo los cristianos, y determinar: qué nos hace falta para que nuestra vida sea cada vez más coherente y seamos un testimonio valedero para otros.