Expresión francesa que significa “carta sellada”. Alude a las cartas que los reyes franceses enviaban en sobre cerrado con su sello, para que los funcionarios correspondientes ejecutaran sus órdenes sin dilación ni discusión. Los monarcas las utilizaban para los siguientes fines: enviar un decreto al Parlamento para ser aplicado inmediatamente y sin debate, disponer el destierro o el encarcelamiento de alguien, u ordenar el encierro indefinido de algún supuesto “loco” en un manicomio. Según Michel Foucault, la lettre de cachet era el instrumento de la monarquía absoluta para regular –en última instancia– el funcionamiento social y político del pueblo, de acuerdo con los intereses que el monarca consideraba convenientes para sí mismo o para sus gobernados, o según los intereses de quienes tenían influencia sobre el rey.
La Revolución Francesa (una verdadera revolución) abolió la monarquía y con ella al dispositivo de la lettre de cachet. Uno de los efectos más inmediatos de esta revolución fue la constitución de la psiquiatría y de la institución psiquiátrica moderna: en adelante, serían los médicos especialistas los que decidirían el internamiento de los locos y sus tratamientos. Pero las consecuencias más evidentes de la revolución fueron las transformaciones conceptuales y políticas que dieron lugar al surgimiento del Poder Judicial y del Poder Legislativo tal como funcionan hoy, y a la noción de la independencia de los poderes del Estado. Esas modificaciones se fueron instaurando en la mayoría de los países del mundo occidental a lo largo del siglo XIX, en el espíritu de la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre.
Sin embargo, los totalitarismos del siglo XX restablecieron el poder absoluto de los gobernantes y la lettre de cachet, bajo modalidades técnicas que ya no requerían siempre la presentación de una carta manuscrita y guardada en sobre lacrado con sello real. Los telegramas codificados o las órdenes telefónicas directas decidieron el destino de muchos seres humanos, incluyendo supuestos enemigos del Estado, periodistas, soldados, judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados y migrantes, entre otros. Los totalitarismos del siglo XX recuperaron poder sobre la psiquiatría, al disponer que muchos intelectuales considerados “peligrosos” para estos regímenes pero demasiado prestigiosos como para ser asesinados, fueran encerrados en manicomios bajo el diagnóstico de “esquizofrenia”. La vieja noción de “peligroso para la sociedad” se transformó en aquella, más moderna, de “peligroso para el Estado”.
Al comenzar el siglo XXI y en el nombre de la noción de “gobernabilidad”, las democracias endebles del planeta pretenden sostenerse mediante una versión remozada de la autoridad absoluta y de la lettre de cachet. Mediante ingeniosas reformas constitucionales al comienzo de su mandato y en el acmé de su popularidad, y gracias a la adhesión incondicional de instituciones judiciales mediocres y corruptas, estas supuestas democracias logran la aprobación rápida de leyes y el enjuiciamiento y la condena sumarísimos de opositores políticos, todo ello bajo un barniz de “legalidad y constitucionalidad”. En el fondo, la lettre de cachet sigue funcionando con nuevo ropaje. “Vanidad de vanidades, pura vanidad… No hay nada nuevo bajo el sol”, decía hace milenios el Eclesiastés. Los partidarios de las nuevas “revoluciones” no deberían sorprenderse de que tales movimientos terminen reproduciendo funcionamientos que tienen al menos tres siglos de antigüedad.