El reciente libro de Ana María Moix sobre la crisis española, Manifiesto personal, publicado por Ediciones B, es una puerta mayor a su pensamiento. Entremos a él por un pequeño detalle: la escritora suele caminar por su barrio, el Ensanche barcelonés, por una costumbre que nació de llevar a pasear a su springel spaniel, Sinuhé, regalo de su hermano, el novelista Terenci Moix. El nombre cifraba la pasión egipcia del novelista, pero no prosperó y la mascota se quedó con el apodo doméstico de Pato.

Uno nunca sabe qué lo lleva a elegir un punto de vista. Esos paseos sentimentales, incluso cuando Pato ya no está más con ella, le han dejado una perspectiva: mide el pulso de las últimas décadas en España conversando con los vecinos de su barrio. Personajes como la panadera o María La Renca, la vendedora de un quiosco de prensa, dejan testimonios directos y locales, que no localistas –su destreza literaria toma distancia de efectismos nacionalistas– y dan forma, con imágenes sencillas e iluminadoras, a una visión nada complaciente. Algo ha ido mal en España y ella le pone nombre, empezando por la devastadora pérdida de autoridad en la educación de los hijos –una corrección a ultranza luego de las déspotas maneras franquistas–, así como el fracaso escolar, la pérdida de valores por el dinero, los despropósitos de banqueros voraces, la democracia débil de votos en blanco, y la imposición a bandazos de un “aggiornamento” de ultramodernidad que terminó siendo un salto al vacío. Ana María Moix pasea con su mascota y se abre camino escribiendo con la prescripción de Quintiliano: suaviter in modo, fortiter in re. Es decir: amable en la manera, fuerte en la resolución.

Manifiesto personal es un recorrido crudo y devastador sobre lo que ha sido España después de la transición. Coincide en el momento en que varios escritores europeos se vuelcan a plantar cara a los riesgos del adocenamiento. A diferencia de Stéphane Hessel y su libro ¡Indignaos!, Ana María Moix no sobrevuela los acontecimientos sino que aterriza en ellos. Lo hace tan bien gracias a que su estilo tiene el equilibrio y la lucidez de una novelista y poeta por la precisión de sus anécdotas. También por los repuntes donde su cultura da luz, como en la pertinencia de extrapolar las ideas que toma de la científica Lynn Margulis, para quien el sentido de la evolución no viene por un darwinismo del más fuerte, sino por el sentido de colaboración que Margulis encontró estudiando a las resistentes bacterias. La colaboración ilumina con un contrapunto final este libro sombrío, donde vuelve a aparecer el hijo de un vecino, un chico español condenado al paro, que en un giro de necesidad y esperanza carga una mochila y se suma a la marcha del movimiento del 15 de mayo, en una situación todavía abierta e imprevisible.

El libro de Ana María Moix termina el 21 de mayo y sigue resonando por su actualidad. Sospecho, su escritura lo permite, que será releído cuando pase esta crisis, y servirá, como a quien relee las Sátiras de Juvenal, para entender y prever las que puedan venir.