Nuestro invitado |

Procacidad, cinismo, sordidez, desfachatez, descaro y falta de escrúpulos, son algunos de los sinónimos de impudicia, cuyo significado es “deshonestidad, falta de recato y pudor”. Efectivamente, jamás he visto un proceso judicial en que el poder político haya actuado con tal desvergüenza para obtener un fallo. Desde su inicio, luego de que el presidente de la República se puso el sombrero de ciudadano para acusar injurias y, sus testaferros, usar impúdicamente todo tipo de triquiñuelas y abusos para darle gusto al hígado de su majestad, desde ese momento, digo, el decoro quedó a la vera del camino y el constitucional debido proceso, arrastrado por la carreta del cinismo.

Se han puesto y sacado jueces como piezas de rompecabezas, se ha hecho de la ley lo que les ha dado la gana, han declarado públicamente sin escrúpulo alguno una cantidad de sandeces y, todo ello, sin ruborizarse. Se trata, ni más ni menos, del abuso del poder en todo su esplendor que, de otra parte, no es que antes no se haya producido, sino que, en todo caso, jamás, nunca, con el desparpajo que la obsecuencia de unos y el temor de otros lo permiten ahora. Personas que se dejan manosear al gusto y sabor del poder, otros que le dan forma legal a inmoralidades manifiestas, jueces amigos que entran por la ventana con tal de satisfacer los gustos del testaferro de turno, en fin, hay de todo y, lo peor, es que aún falta.

Después de esta arremetida descarada en contra de derechos fundamentales de las personas; luego de los muchos golpes en contra de la majestad de las cortes de nuestro país; a continuación del servilismo del que han hecho gala y ostentación titulares de instituciones básicas de nuestra vida democrática, cuál es la protección del ciudadano común, a quién debe recurrir cuando pretenda justicia, o, al contrario, debe esconderse y no protestar rogando que no le toque el turno. ¿Es el tipo de ciudadano que el Ecuador está formando ahora? Es necesario meditar profundamente en lo que está ocurriendo en nuestro país, muy grave que gente pensante y bien formada se preste a cualquier triquiñuela barata para satisfacer al poder.

La impudicia con la que se actúa es impresionante. Amistades íntimas que se desconocen, sanciones que de pronto se acuerdan que existen y se notifican, subrogante que se titulariza abruptamente como presidente de una corte, jueces temporales que se convierten en transitorios y estos en provisionales, toda una mezcla de hechos en los que su coherencia viene dada por el deseo de dar a luz una sala judicial al gusto de los sicarios del poder político y asegurar el fallo. ¿Todo esto a guisa del honor mancillado y cuantificado en millones de dólares? Con sinceridad espero que para los autores, cómplices y encubridores de esta impúdica barbarie judicial haya valido, de alguna manera, la pena, porque la lección que dejan es, por decir lo menos, infeliz o mísera.