Entre el video de algún concierto de Shakira, el anuncio televisivo de una marca de tuberías que auspicia al club Barcelona de Guayaquil y el video casero de las colegialas guayaquileñas bailando “perreo intenso” con sus amigos, solamente hay diferencias estéticas y técnicas, pues en los tres casos hay insinuaciones sexuales evidentes. Pero mientras los dos primeros aportan millonarias ganancias a sus autores, las estudiantes del colegio 28 de Mayo fueron expulsadas por las autoridades del plantel. O sea, “tras cuernos, palos”, considerando que las adolescentes supuestamente provienen de abandonantes hogares disfuncionales. La subsecretaria de Educación, Mónica Franco –con buen criterio– anuló la expulsión. En estos tiempos, cuando la pseudosolución más cómoda es la “criminalización”, la exclusión de las vulnerables estudiantes sería la peor medida.

Los adultos deberíamos preguntarnos por qué consideramos “escandaloso e inmoral” el comportamiento de las colegialas, mientras aplaudimos como “artística y sutilmente autoerótica” la cabalgata lúbrica de Shakira sobre aquel parlante en el concierto de Ámsterdam, y cuando ni nos hemos percatado de que en ese comercial, el “albañil” montado sobre un tubo de 3 pulgadas, lo esgrime cual falo descomunal ante dos bellas “transeúntes”. Los adultos deberíamos hacernos cargo de la contradicción en la que incurrimos cuando por un lado autorizamos que nuestros hijos adolescentes reciban “Educación Sexual” (incluyendo instrucción sobre métodos anticonceptivos) y por otro lado consideramos impensable que ellos tengan relaciones sexuales. Deberíamos asumir la situación “esquizofrenizante” en la que los colocamos cuando acordamos políticamente que reciban preservativos con la condición de que no los utilicen.

Existe una tendencia común en los adultos a reprimir algunos fenómenos propios de la adolescencia, particularmente aquellas primeras aproximaciones de los jóvenes a la sexualidad adulta. Quizás se debe a que es una etapa conflictiva y no siempre feliz, como lo fue para muchos de nosotros. Esa tendencia adulta a no querer saber de la sexualidad adolescente tal vez se subordina a la lógica de la institución educativa, como un “aparato ideológico del Estado”, según decía Louis Althusser. Entonces, los colegios la convierten en “Educación Sexual”, en una “materia”, en un saber teórico, y penalizan sus expresiones prácticas. No es raro que las conductas sexuales ingresen a ese cajón de sastre que los colegios llaman “indisciplina”, donde van a parar los comportamientos que a los maestros disgustan, incluyendo las críticas y preguntas incómodas de los estudiantes.

La expulsión es una medida que no constituye alternativa ni solución en ninguna circunstancia. Su persistencia reglamentada en nuestro sistema educativo ilustra su anacronismo, sus contradicciones y sus limitaciones para formar y contener, en lugar de excluir y estigmatizar. El mantenimiento del orden y el respeto necesarios para realizar la tarea educativa, debería invitar a los estudiantes a hacerse responsables por sus actos, y a desear el aprender y crecer. En nuestra sociedad, donde los niños y adolescentes están sometidos a un bombardeo cotidiano de erotismo mediante la publicidad, la televisión y el cine (con o sin consulta popular), la función de la llamada Educación Sexual debería reformularse. La tarea del “educador sexual” no tendría que limitarse a repartir información, pues se ha verificado que la problemática de los embarazos de adolescentes no se debe a falta de información. Hay que empezar por escucharlos.