BARCELONA, España
Salgo del campo de la novela para visitar el gabinete de los poetas. Más de un amigo novelista se inquieta cuando me escucha hablar de poesía. Los poetas, en cambio, sí suelen pasear por la batalla de Borodino o los astilleros de Santa María. Para mí leer poesía es una forma de sanación de las palabras, tan expuestas al menosprecio racionalista, al engaste en una sintaxis desmenuzable, al aplanamiento de relieves, que me gustan los licores fuertes de lo que podría llamarse "poesía difícil". Además, la autonomía –debería decir entereza– de los poetas ante la banalización de la industria editorial es un aliento de resistencia, porque saben que nunca podrán vender muchos libros y aún así persisten y demuestran que el asunto no es solo vender y hacer ruido sino explorar y calar hondo.
Y a esto iba mi escapada al gabinete de los poetas. A veces el gabinete anda revuelto. La última de estas revueltas es la proclama de los autores de la antología Poesía ante la incertidumbre, publicada en España por la editorial Visor y reeditada en varios países de América Latina con otros sellos editoriales. En el prólogo del libro sus autores defienden que ante la incertidumbre del mundo, la poesía debe ser “perfectamente entendible”. Reclaman claridad con el propósito de que el lector no sienta que la poesía se aleja de él y sea indescifrable u oscura.
El propósito es admirable. A veces, no viene mal leer un poema terso. Los mismos poetas, digamos Neruda, se encargaban de darnos canciones desesperadas pero también enigmáticas residencias, o García Lorca entregaba magníficos versos con estribillo pero también poemas neoyorquinos del lado de la sombra. Pero al parecer el propósito de los poetas de la proclama es que habría que rechazar la poesía difícil. Y aquí es donde salta la liebre. Otros poetas, que se han sentido aludidos, se defienden diciendo que son posibles varias poéticas y registros. Han sacado su contramanifiesto y reúnen firmas.
Aquí dejo a los poetas y vuelvo a mis cuarteles de la novela. Por supuesto, me llevo el problema y una lectura de la antología de los poetas claros o fáciles donde hay casos, enhorabuena, de poca claridad y ningún facilismo, que me traen al recuerdo las palabras del poeta árabe Adonis, quien advertía que leer no es un acto de consumo sino un acto de creación, y que, por ejemplo, en su cultura, el Corán somete la poesía a su elogio, en aras de la claridad, convirtiendo cualquier palabra crítica en oscura y pagana y excluible. Si la poesía no se arriesga en los terrenos más exigentes del idioma, si se somete a la palmadita editorial de la lengua media que todos parecen comprenden y en la que nadie profundiza, porque se olvida de inmediato, entonces sí que quedan menos espacios de exploración, sacrificados por la plana y monocorde voz única, que ya ha hecho estragos en la novela. Si es así, me remito a las palabras de la filósofa María Zambrano y, como ella, prefiero la penumbra salvadora de la poesía difícil que ver el rostro uniforme multiplicado en los infiernos de la luz (de neón, añadiría).