A través de sus escritos intentaba comprender la existencia del ser humano.

Ernesto Sábato, quien murió este sábado a poco de cumplir los 100 años, es un escritor esencial de las letras argentinas del siglo XX, hombre ateo, polémico, defensor de los derechos humanos, desilusionado de la civilización y pintor de horrendas imágenes oníricas.

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“Yo escribo porque si no me hubiera muerto, para buscar el sentimiento de la existencia”, confesó Sábato, quien en el ocaso de su vida dejó su testamento espiritual en Antes del fin, un libro en el que un Kafka de fin de siglo indaga sobre la perplejidad y el desconcierto del hombre contemporáneo.

“Extraviado en un mundo de túneles y pasillos, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro”, escribió.

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Pero a pesar del desamparo, propone “con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso (...) solo quienes sean capaces de sostener la utopía, serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.

Además del Premio Cervantes de 1984, nueve años antes había obtenido el premio de Consagración Nacional de la Argentina y un año más tarde el premio a la Mejor Novela Extranjera en Francia, por Abaddón el exterminador.

Pese a los reconocimientos internacionales y de transformarse en uno de los íconos populares de la literatura de su país, Sábato no creía en sus dotes de escritor.

“Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito a la mañana”, declaró.

La política lo encontró en las filas de la Juventud Comunista y enfrentado al peronismo en la década del 40, pero su máxima expresión de compromiso social lo demostró en la primavera democrática a mediados de los 80, cuando presidió la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep).

El informe de la Conadep, conocido como Nunca Más y prolongado por el escritor, fue base del Juicio a las Juntas Militares en 1985, considerado el Nuremberg argentino. En esos documentos presentó sus hallazgos sobre los crímenes de la dictadura y las recomendaciones sobre el castigo que deberían recibir los represores.

El escritor peruano Fernando Iwasaki, quien tuvo la oportunidad de conocer a Sábato en el 2002, mencionó que el fallecido autor argentino era más que nada “especialmente el intelectual que recibió la misión de investigar los crímenes de las dictaduras militares argentinas, en virtud de su rectitud, su decencia y su lucidez”.

Mientras, la autora mexicana Elena Poniatowska refirió que “es una enorme tristeza (su pérdida) porque fue un hombre que defendió los derechos humanos quizás más que ningún otro escritor”.

Sábato intentó primero comprender el mundo a través de la ciencia y se doctoró en física en la Universidad de La Plata. Trabajó en radiaciones atómicas en el laboratorio Curie de París, pero terminó abandonando este camino en 1945 desalentado porque, dijo, estaba desencadenando un Apocalipsis.

Decepcionado por la ciencia, abrazó la literatura y ese mismo año escribió el ensayo Uno y el Universo. Después, con sus únicas tres novelas El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974), traducidas a más de treinta idiomas, se consagró definitivamente como escritor.

El escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja definió a Sobre héroes y tumbas como una extraordinaria novela, mientras que El túnel la describió como una novela corta, y Abaddón el exterminador le pareció una “novela fracasada que no repitió las virtudes de la primera, sin embargo, (Sábato) es un tipo que está a la altura de los escritores Jorge Luis Borges o Roberto Arlt”.

Mientras, la crítica literaria Cecilia Ansaldo lo calificó de “otro militante del pesimismo crítico: puso el ojo y la palabra en los puntos más oscuros de la condición humana y de allí brotó caudalosa narrativa. El túnel es una pieza perfecta, por ejemplo, donde matar por amor es casi entendible”.

El autor ecuatoriano Miguel Antonio Chávez explicó que los escritos que más le cautivaron de Sábato fueron sus ensayos como Uno y el universo y El escritor y sus fantasmas, “en donde discurre con gran maestría sobre historia, política, metafísica, siempre enfocado hacia la literatura”.

Matilde Kusminsky, esposa de Sábato, falleció en 1998 y a partir de entonces su colaboradora de siempre, Elvira González Fraga, se convirtió en su inseparable compañera y fue quien anunció su fallecimiento el pasado sábado.

El cumpleaños número 100 de Sábato, el 24 de junio, iba a festejarse con múltiples actos en todo el país, pero el corazón del escritor dejó de latir en el barrio en el que vivió toda su vida.

Familiares y amigos le dieron su adiós ayer con una ceremonia en un cementerio privado a las afueras de Buenos Aires.