La palabra placer, cómo corría larga y libre por sus versos la palabra placer. El lunes murió en Chile a los 93 años un hombre que al azar se llamó Gonzalo Rojas. Nació en el sur de Chile, en el puerto de Lebu en 1917, hijo de minero, estudió derecho y formó parte del grupo surrealista Mandrágora, fundado por Braulio Arenas. Luego se dedicó a la educación en literatura. En 1948 publicó su primer poemario, La miseria del hombre. Ganó, entre muchos otros, el premio Reina Sofía en 1992 y el Cervantes en el 2003. Poeta de una gran honestidad con la vida, con un manejo delicioso del lenguaje, capaz de envolver con una aguda delicadeza lo sensual y lo cotidiano. De poemas intensos y palabras cargadas de la verdad de este mundo y quemadas por el roce del otro, como escribió de él Octavio Paz.

Hoy, en medio de la feroz cobertura de los insultos de Mourinho y los vítores a la nueva alteza real de Inglaterra, propongo un minuto de silencio para la poesía. Un silencio como el de los que hablan solos (palabras del mismo Gonzalo), como el de Pound y Borges que siguen hablando solos, porque la muerte de Rojas abre una puerta de rescate, es un llamado de atención para nosotros, para Guayaquil, una ciudad donde la farándula y la baba de la propaganda están secuestrando las conversaciones y las preguntas. Rápidamente y casi sin darnos cuenta, nos estamos transformando en una sociedad que tiene tanto que ver, pero tan poco que decir, donde la pregunta descansa en los “qué” y no es intrusa con los “por qué”. Donde la condición humana pareciera que puede descubrirse en un recetario de Coelho o una canción de Arjona. Como decía Rojas, falta en el lector el portento del hallazgo. Y en eso hay que trabajar en los colegios, en las universidades y en los medios de comunicación. La poesía se ha enseñado mal. Se ha mostrado mal. Ha perdido su valor. Hay que ir a la página en blanco y recobrar la capacidad de asombro. Rescatar a la pregunta. Es a través de este poeta, el que logró descifrar el lenguaje inagotable del murmullo, que recibimos la invitación para regresar al silencio, el único lugar donde habita la palabra profunda, para descolgar esos versos cursis de los cartelitos con paisajes y atardeceres que se venden en las esquinas, y devolvérselos al hombre, para que se pueda redescubrir, para acercarse nuevamente a las cosas y la gente. Hay que ir y traer del silencio a Vallejo, Teillier, Huidobro, Lihn, Pérez, Neruda, Mistral, Anguita, Uribe y Parra.

El lunes, el escritor de La miseria del hombre se fue sin gritos. Se marchó llevándose su tren de metáforas, dejándonos aquí, como huérfanos, como él diría, contra la pared, fumando en el terror del desamparo, oliendo la soledad del mundo.

(Poemas citados: La palabra placer, Los letrados, Una vez al azar se llamó Jorge Cáceres)