En su colección de ensayos sobre la cultura popular de los mexicanos, el recién desaparecido escritor Carlos Monsiváis le dedicó algunos al “machismo: la mala fama de un término y la buena fama de una conducta”, como lo resumía el pensador con su agudeza característica, desnudando la contradicción de una sociedad frente a un comportamiento que, según el decir de las clases ilustradas, se considera anacrónico y superado. Fenómeno universal, el machismo floreció de manera propia en el país azteca a raíz de la revolución liderada por algunos como el legendario Pancho Villa, “el emblema post mórtem del machismo”. La exaltación del coraje ante las balas enemigas, el desapego por la vida propia y el amor por las “Adelitas” se originan en esos tiempos heroicos.

Posrevolución, el machismo deviene de la afirmación de una masculinidad que se define, no como diferente de la feminidad, sino en contra de ella. Al mismo tiempo, el machismo vocifera la protesta de una mayoría pobre y desprotegida: “No tenemos dinero, poder ni cultura, pero al menos somos muy machos”. La proeza física, la hazaña amorosa, la tolerancia al alcohol y el no dejarse humillar por nadie, son rasgos fundamentales de una manera particular de “ser muy hombres”, que supone “hacer de su autodestrucción un espectáculo” y expresar “la indefensión evidente de las clases populares”. El macho es aquel que “grita, manotea, amenaza e intimida para defender su falta de derechos. Macho es quien no se sabe otra…” Con ácido humor y notable perspicacia, Monsiváis nos invita a considerar el machismo clásico en tanto fracaso de la justicia distributiva.

El humor particular y profundo que Monsiváis desplegaba en el análisis de las “Mexicanerías”, determinó que sus reflexiones trasciendan las fronteras de su tierra. Su mirada social del machismo nos estimula para pensar en el fenómeno tal como se expresa entre nosotros. Un reciente anuncio televisivo de la campaña “Reacciona Ecuador” muestra un grupo de niños del futuro visitando un museo donde se exhiben esqueletos de la extinguida especie del “macho ecuatoriano” golpeador, borracho y mujeriego. La educación está bien, pero si Monsiváis pensaba que el estereotipo violento del machismo es más común entre los pobres, es posible que este no sea el único tipo. Quizás hay otros machos menos folclóricos y nada proletarios cuya conducta no es la expresión del fracaso social y económico.

Los actuales machos alfa de la nuevorricocracia ecuatoriana no golpean, porque tienen cultura y poder monetario, empresarial y/o político que les permite pagar a otros para que lo hagan por ellos. Su masculinidad se prueba en ejercicios de violencia que rara vez dejan ojos amoratados y que más bien producen despidos, desempleo, desamores, hijos sin padre, humillaciones, acosos laborales y sexuales, procesos judiciales, indignidades y derechos aplastados. Es el nuevo machismo que no parece tal, que se disfraza de dandismo condescendiente y que prospera en una sociedad como la nuestra, que no deja crecer a las mujeres… y tampoco a los hombres. Las desigualdades que son su efecto nos exigen salir de los estereotipos costumbristas y analizar el machismo en términos menos imaginarios y más conceptuales: en los de la dinámica del poder que muchos hombres detentan… y algunas mujeres también.