El trote matinal transcurre aparentemente normal. Seis horas después, y vísperas de año nuevo, un amortiguamiento del glúteo derecho me hace pensar en una afección de columna, así que recurro a la única alternativa que queda a miles que como yo, dependemos del Seguro Social.
Llamo al 111. “Las agendas de los médicos están cerradas”, me dice la voz al otro lado del hilo telefónico. Por insistencia familiar, y por una complicación intestinal, llamo varias veces más hasta que consigo un turno para el 6 de enero, en medicina general. (Ese día, Rafael Correa entregará un helicóptero para el control delincuencial. Al menos la seguridad pública será mejor, pienso).
El médico general, único que puede derivarme al especialista, me remite al gastroenterólogo, pero para dos días después; los exámenes los debo hacer en un laboratorio privado sugerido por el galeno. El malestar de la columna deberá esperar hasta el 12 de enero, cuando tengo que presentarme ante un neurocirujano.
Recibo una llamada del IESS. “Le recordamos que tiene un turno en el hospital José Carrasco Arteaga con el neurocirujano, a las 12:15. Le recomendamos estar 45 minutos antes”, dice un funcionario desde Quito.
Llego puntual y muchos afiliados que dependen del Seguro Social, esperan con sus dolencias a cuestas. Afortunadamente me acompaña un texto de Huilo Ruales sobre El reino salvaje de la Tuenti-Century-Foch, por lo que casi sin darme cuenta, una hora y cuarto después, llega mi turno.
Saludo, me siento y repaso mentalmente fechas, síntomas y sospechas que me llevaron a ese periplo por la seguridad social. Y cuando iba a exponerlo todo, el médico dice: “lo siento, su turno está bloqueado para verificación de derechos”.
Impaciente, y con un ojo sobre el reloj para no atrasarme a la cita diaria con los alumnos, me ubico al final de una larguísima columna. Sobre nuestras cabezas, una pantalla muestra al presidente de la Asamblea, Fernando Cordero, hablando de la nueva Constitución. En la parte final cierra la computadora portátil y dice: “he cumplido una jornada más en la Asamblea Nacional…” Me parece una secuencia muy forzada, pero me queda la frase “este es el primer paso al nuevo país”.
Suficiente con el martirio de estas colas, pero soportar la cadena me parece una tortura, exclama el afiliado que va detrás. Cuando miro por tercera vez a Cordero cerrar la portátil, confirmo que se trata de un sistema de circuito cerrado que obliga, a quienes estamos allí –en el mismo viejo país de siempre– a soportar esa campaña.
Finalmente tengo en mis manos el turno desbloqueado, pero a esa hora debo decidir entre la consulta o mis alumnos. Opto por lo segundo.
Voy a la Universidad y en mi mente resuena “este es el primer paso al nuevo país”. La radio anuncia una noticia: Un comerciante de joyas muere de un disparo en la garganta por resistirse al robo. Advierte que el helicóptero entregado por Correa el Día de los Inocentes voló al día siguiente a Guayaquil, y sus pilotos a Quito.
¿Cuál país? me pregunto, mientras con el abdomen abultado y dolor de espalda consumo los kilómetros que me separan de la Universidad de este mismo país de siempre.