Tratar una crisis, al igual que recetar medicamentos, puede tener efectos secundarios desagradables, pero en la lucha contra la crisis climática salvar los bosques solo produce beneficios. Aunque los bosques han estado desapareciendo rápidamente, la buena noticia es que la protección forestal funciona, y algunos mecanismos propuestos son prometedores. Pero queda mucho por hacer: el seguimiento de las negociaciones de Copenhague sobre el cambio climático da oportunidad de corregir el rumbo.

Los bosques tropicales desaparecen a una tasa anual superior a los siete millones de hectáreas: una Panamá por año. Esto provoca un sexto de las emisiones de gases de efecto invernadero, superando las ocasionadas por los sistemas de transporte.

El principal problema es que algunas personas subsisten destruyendo bosques para obtener terrenos agropecuarios. Pero sus ganancias son minúsculas comparadas con los beneficios de mantener los bosques. En los confines de la Amazonía, para obtener potreros que valen 500 dólares la hectárea, los ganaderos deforestan y liberan cientos de toneladas de CO2, cuya reducción –a unos 20 dólares la tonelada en el mercado europeo– costaría más de 10.000 dólares.

Es crucial arbitrar esa diferencia, valorando los árboles en pie y utilizando ese valor para recompensar a quienes manejan bosques  sosteniblemente. Esa conservación forestal reduciría considerablemente las emisiones de carbono de los combustibles fósiles. Los países  con mayor potencial están en América Latina, África y Asia.

El Protocolo de Kyoto permitió a los países industrializados cumplir límites de emisión invirtiendo en reforestación, en lugar de conservar bosques. La iniciativa REDD (Reducción de Emisiones causadas por Deforestación y Degradación forestal), que recibió un fuerte impulso en Copenhague, procura recompensar a los países que reduzcan la deforestación. También están en curso mecanismos piloto, como la Iniciativa Noruega sobre el Clima y los Bosques, y la Alianza para el Carbono Forestal, del Banco Mundial. ¿Existen los instrumentos necesarios para alentar la silvicultura sostenible?  La experiencia con las zonas protegidas e indígenas que abarcan más de un cuarto de los bosques tropicales remanentes es alentadora. Evidencias recientes en América Latina, África y Asia demuestran que tales zonas reducen la deforestación. Más sorprendente es que  combinar protección y uso –los habitantes de los bosques pueden utilizarlos de manera sostenible– resulta, como mínimo, tan eficaz como la protección estricta. Las zonas con poblaciones indígenas son las más efectivas.

Esos datos avalan incluir un concepto amplio de REDD en el régimen sobre cambio climático posterior a 2012 –incluyendo su financiamiento sostenible–. Para obtener buenos resultados, sin embargo, ese esfuerzo debe complementarse en tres frentes: a) Clarificando la tenencia de la tierra y los bosques. Pagar a quienes protegen bosques solo funcionará si sabemos a quién enviar el cheque; b) Ayudando a intensificar la agricultura en lugar de que se extienda a tierras forestales infértiles. La demanda creciente de alimentos y madera impulsa la deforestación. Para aliviar efectivamente estas presiones los agricultores deben producir más en las áreas actuales; c) Proporcionando a los mercados crediticios mejores datos y un sistema mundial de seguimiento del carbono para los bosques.

La crisis del clima obliga a priorizar, urgentemente, el cuido de los bosques. Con el apoyo que la protección forestal recibió en Copenhague, el mundo podrá abocarse a ayudar a las personas a administrar mejor sus granjas y bosques, al tiempo que se reducen los peligros del cambio climático.

*Vinod Thomas es director general y Kenneth Chomitz es asesor superior del Grupo de Evaluación Independiente del Banco Mundial.