El conjunto habitacional era promocionado por la inmobiliaria Revolutionary Hill Estates. En la urbanización había un montículo conocido como Revolutionary Hill. La casa que estaban comprando los jóvenes esposos Frank y April Wheeler se situaba sobre Revolutionary Road, es decir, una calle revolucionaria, un camino revolucionario, una vía revolucionaria. En esta historia, hasta la nomenclatura urbana auguraba un mañana promisorio para esta pareja rodeada de tantos significantes transformadores. Pero no. Casi todo se va torciendo en este hogar retratado en la novela Revolutionary Road del escritor norteamericano Richard Yates.
Frank y April aparentemente poseen muchas condiciones para ser la familia perfecta en un tiempo en que la sociedad norteamericana se recuperaba de las dolorosas secuelas dejadas por la tóxica persecución anticomunista del senador McCarthy. Los Wheeler lucen guapos y talentosos, y se preparan para una exitosa existencia en casa propia en el mejor estilo suburbano alejado de la metrópoli estresante. Tal vez el trabajo como oficinista sea intrascendente y aburrido; acaso ella nunca se sienta realizada como ama de casa. Pero ambos se han propuesto alcanzar grandes ideales porque presienten que los cambios los sorprenderán a la vuelta de la esquina.
La novela de Yates nos va envolviendo en un profundo pesar porque los planes de prosperidad, paz y transformación –a medida que pasan los días, los meses, los años– se van haciendo imposibles de obtener. Él anhela convertirse en un gran escritor con residencia en Europa; ella quiere diferenciarse de sus vecinos porque se siente de primera categoría. El final de Revolutionary Road demuestra que las aspiraciones inmensas que nos armamos en la cabeza, justamente por la magnitud de esa misma grandeza, más temprano que tarde se derrumban y nos arrastran haciéndonos ver que el vivir está hecho más de golpes de supervivencia que de ilusiones que nos doran la realidad.
Los Wheeler realizan esfuerzos inútiles por restaurar una armonía que a lo mejor solo existe en la imaginación romántica. Y en las utopías. Las peleas constantes obligan a uno de los cónyuges a dormir en el sofá. Las grandes esperanzas se vuelven agrias y la frustración se va tornando en veneno diario. Es cierto que ellos son víctimas de sus propias ambiciones, pues padecen de egoísmo, debilidad e incapacidad para decir la verdad y enfrentarla como es debido. En ellos se va abriendo un boquete entre las ideas que tenían de sí mismos, como personas especiales en una época cambiante, y la cruda realidad de ser como cualquiera de sus allegados.
Este hueco entre los ideales y la realidad los conducirá a dar pasos desesperados con resultados trágicos. La reciente versión cinematográfica de Revolutionary Road, protagonizada por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, nos permite visualizar el destino trágico de esta pareja que vive rodeada por la designación de lo revolucionario. Hasta se podría afirmar que ellos están auspiciados por el espíritu de lo revolucionario; pero en esa urbanización revolucionaria, con montículo revolucionario y con calle revolucionaria lo que sucede es lo más anodino y, en ocasiones, lo más violento que se pueda imaginar. El desencanto y la decepción son resultado de la desesperanza por no haber podido plasmar los sueños que se propusieron.