Soy escéptico, abierto a experiencias diversas, creencias relacionadas con un actuar coherente. No creo en el tiempo sino en una eternidad en movimiento, mundo cósmico del que nuestra insignificante huella es parte. Nuestro polvo alimenta plantas que a su vez morirán para revivir en otra forma. Somos parte de un cosmos eterno.  Sé que muy poco sé, que la naturaleza es sabia, que saqueamos el planeta con  irresponsabilidad.

Mi encuentro con Maila (en realidad se llama así) se tornó mágico cuando me invitó a una  cita con el astro rey.  Se yergue su templo  junto al Pululahua, cerca de la Mitad del Mundo. Por la cúpula abierta  irrumpe el sol, círculo refulgente.  El 23 de septiembre, la mancha de luz coincidió a las doce en punto  con el centro de aquella enorme vasija ubicada muchos metros abajo. Apareció un danzante entre oriente, occidente norte, sur, este, oeste. Bailó, cayó exhausto sobre música de siglos. Hasta aquí vi todo con  ojos de  turista emocionado.

De pronto se desencadenó el aire,  quise abrir la puerta del estudio junto al sitio donde yacía  el sol. El viento irrumpió con furia, cayeron al suelo los cuadros colgados de las paredes. Logré asegurar la puerta, el viento se apaciguó de golpe, cesó de ulular. El silencio fue súbito, impresionante. Abrí de nuevo, salí al aire libre. El cielo era azul. Ni siquiera se movían las hojas de los árboles. Volví al círculo mágico mientras la mancha del sol proseguía su camino fuera de la vasija. No afirmo nada, no niego nada. Puede haber sido coincidencia, comunión con la naturaleza, lo que ustedes quieran. Es posible que la palabra genuino tenga algo que ver con ingenuidad.

Al entrevistar a Cristóbal, al darle la mano, mirarlo a los ojos, me topé con un indígena noble, generoso, orgulloso de su raza,  humilde frente a la naturaleza,  corazón transparente, intensa emotividad. Al hablar del mundo que anidaría a nuestros bisnietos, se humidificó su mirada, contestó que no conocerían especies en vía de extinción, el puma, el cóndor, como nosotros hablamos de animales extraños que desaparecieron hace sesenta  millones de años. Los científicos hablaron de causas como “invierno nuclear”, desaparición de la capa de ozono, irradiación cósmica, bombardeo de meteoritos. Cristóbal y los de su raza veneran a la tierra, la cuidan, bailan sobre ella con los pies desnudos. Él pinta con las manos, en forma precipitada, casi violenta, realiza en minutos paisajes andinos, denuncia las atrocidades de Iraq como Goya o Picasso plasmaban los desastres de la guerra. Ha recorrido el mundo entero. Es famoso sin que ello lo altere. Le señalo que los animales se vuelven cada día más humanos, los humanos más animales. Dice solamente: “La naturaleza nos trata como nosotros la tratamos”. Recuerdo los cuatro mil masacrados el 16 de noviembre del año 1532 en Cajamarca, Atahualpa preguntando frente al  crucifijo que blandía el sacerdote español Vicente Valverde por qué habíamos torturado a nuestro Dios de semejante manera. Duele porque no encuentro respuesta.  Los indígenas nunca podrían maltratar al sol.

Busquen en Google: “Cristóbal Ortega pintando” (videos).