El señor Ministro de Educación perdió momentáneamente su distinguido porte de escritor, caballero, educador y esteta cuando hace dos semanas la TV le solicitó opinión sobre la marcha de “cacerolas vacías” de la UNE: “lo que tienen es las cabezas vacías”, respondió en inusitado impromptu explicable por la desazón que insistía en ocultar. Inconcebible, pero quizás el Ministro andaba en esos días loco por Mery… Zamora, aunque la menuda y pertinaz dirigente de la UNE apenas se parece a la rubia y espigada Cameron Diaz, la Mary de la desternillante comedia de los hermanos Farrelly. Jamás imaginó el Ministro que durante tres semanas perdería el sueño por una  educadora manabita, y no tanto por su morocho encanto sino por la reivindicatoria sencillez de su discurso, que sentó a dialogar sin condiciones al Gobierno y devolvió el habitual sosiego al señor Ministro.

Sin duda uno de los sectores formalmente marginales de nuestra sociedad, la docencia pública ecuatoriana siempre ha representado la aspiración de un trabajo honorable para pobres en un país pobre. Más o menos igual que hacerse policía. La educación de nuestros hijos y la seguridad pública constituyen una limitada alternativa para muchos jóvenes que probablemente tienen otros sueños y ninguna oportunidad. En ese sentido, la educación pública es un síntoma de la inequidad de nuestra clínica social. Entonces no es raro que desde hace décadas la UNE se haya alineado con el MPD para configurar un quiste inflamatorio que demanda periódicamente compensaciones y reconocimiento a los gobiernos de turno y a toda la sociedad ecuatoriana.

La acusación de “mediocridad” endilgada al sector es simplona y reduccionista, pues desconoce la complejidad estructural que sub-yace al fenómeno de la renuencia de nuestros profesores a la evaluación. Tal acusación ignora además que la mediocridad es la marca que infiltra insidiosamente toda nuestra burocracia, nuestra clase profesional, nuestras universidades, nuestra intelectualidad, nuestro deporte profesional y la mayor parte de nuestra sociedad urbana y mestiza, incluyendo especialmente nuestra clase política y gobernante. Las excepciones son pocas en todos los campos, y a veces terminan enrasándose con su medio. En el fondo, obtenemos la educación pública que producimos por la poca importancia que casi todos le damos.

No sirve plantearse como objetivo de la educación pública el desmantelamiento de la UNE: ese es un objetivo del poder y probablemente no es posible ni necesario. El verdadero y realista desafío es mejorar la calidad de nuestra educación pública y particular a todos los niveles, con la UNE, a pesar de la UNE, o gracias a ella. Ponerse poncho, comer cuy y bailar sanjuanito en una remota escuelita andina constituyen las delicias más amables que le esperan a un Ministro de Educación sofisticado pero empeñoso. El verdadero deseo se probaría navegando hasta el corazón de las tinieblas de la UNE para persuadirlos de embarcarse en un proyecto educativo moderno y coherente, no a base de la intimidación punitiva ni de la negociación chantajeada, sino a partir de un conocimiento más verdadero y genuinamente interesado por su compleja problemática. El país exige acuerdos más definitivos, verdaderos y funcionales, aunque a los Farrelly no les interese filmar la esperada secuela Raoul and Mery.