Época de grandes perturbaciones  políticas, económicas y ecológicas que  atraviesa el mundo, sin saber si el futuro tiene un mañana, sin saber si puede despejarse el horizonte, sin saber hacia dónde vamos, rodeados de nuevas  guerras sin fin, muchas de ellas por motivos que a veces es difícil definirlos pero que cobran vidas de miles de inocentes, denominadas “daños colaterales”. Hoy la amenaza de la crisis económica  ha empezado a cumplirse: cientos de miles de personas empiezan a quedarse  sin trabajo de un día al otro, sin techo y sin comida. Reinan la  inseguridad, el odio, el temor,  la discriminación  y el desprecio y persecución de los migrantes y peor aún: en este contexto internacional, los responsables políticos son  incapaces de satisfacer el deseo de transparencia de la opinión pública  diluyendo sus propósitos en abundancia de palabras. Es la retórica de siempre para desvelar nada.

Todo está ligado: la crisis alimentaria mundial seguida de cerca por el sismo que ha trastornado  las plazas financieras del Occidente  y luego de Asia, fragilizando la cohesión social de numerosos países y obligando a los responsables políticos y económicos a tomar medidas urgentes y radicales.

Es así que en este principio atormentado del siglo XXI de graves disturbios políticos, económicos y sociales,  más que nunca hay que hacer llamado a los altos valores, atrayendo la atención hacia aquellos lugares donde no son respetados y es el deber de cada uno de nosotros, donde quiera que nos encontremos, de repetir, en particular a la población infantil, futuro de la humanidad y muy pronto a cargo de la Tierra, que la libertad de pensar, de aprender, de satisfacer sus propias necesidades, de tener un techo decente, de alimentarse y estudiar, es un derecho sagrado, sin distingos de raza, cultura y religión.

Nuestra cena tradicional de corresponsales extranjeros  en la ONU de Ginebra  con Ban Ki Moon, secretario general de Naciones Unidas, estuvo marcada por el cambio climático y sus secuelas, uno de los temas que prioriza el secretario general.   Desde ahora,  nuestro planeta empieza a enfrentarse con la progresiva pérdida de las maravillosas islas Maldivas, buscando alternativas para que migren sus habitantes lo que nos lleva a concordar con los estudios de que de aquí al año 2050 por lo menos un millar de individuos en el mundo estarán obligados a expatriarse. Al aludir a la  conciencia ecológica,  tomemos como muestra   la región Amazónica,  donde aún poco o nada se percibe en los grandes propietarios que  venden sus tierras a las multinacionales madereras, usando el producto de la venta  para quemar la foresta, lo que les permite  abrir  carreteras con el objetivo de  colonizar la selva y extender sus plantaciones agrícolas.

Durante estos largos años hemos observado las transformaciones considerables  que el mundo ha conocido,  universo incoherente, donde todas las iniciativas han chocado siempre con imperativos políticos,  transformando  la humanidad en una mercancía. De ahí la importancia crucial de  mirar el pasado para medir y reconocer  los errores del camino recorrido y usar esa experiencia  en preparar el futuro ante los desafíos cada vez más imprevisibles de este siglo. En breve, reconstruir el mundo pero tomando a la especie humana como punto de referencia.