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A continuación presento una pregunta para la temporada de fiestas decembrinas: si un empresario obtiene una jugosa ganancia mientras hace buenas obras, ¿es caridad o codicia? ¿Lo aplaudimos o lo censuramos?
Un nuevo libro, Uncharitable, resuma indignación ante las expectativas públicas en el sentido de que las organizaciones de caridad sean prudentes, sin fines de lucro y santas. El autor, Dan Pallota, argumenta que esas expectativas las vuelven menos efectivas, y en eso tiene razón.
La frustración de Pallota se entrelaza con su propia historia como el inventor de las recaudaciones de fondos de los AIDSRides (para combatir al sida) y Breast Cancer 3-Days (contra el cáncer de mama), eventos que totalizaron, afirma, 305 millones de dólares a lo largo de nueve años para el uso irrestricto de organizaciones de caridad. En el mundo de la ayuda esa es una suma impactante.
No obstante, la empresa de Pallota no era una organización de caridad, sino más bien una empresa con fines de lucro que creaba eventos de caridad. Sus detractores censuraron su salario anual de 394.500 dólares –que es bajo para el director ejecutivo de una corporación, pero estratosférico en el mundo de la ayuda– y los millones de dólares invertidos en publicidad, marketing y otros gastos.
“Qué vergüenza, Pallota”, declaró uno de sus detractores en ese momento, acusándolo de “codicioso y de una desvergonzada forma de lucrar”. En las consecuencias de una ola de críticos, su empresa se vino abajo.
Una organización de caridad dedicada al combate del cáncer de mama que se separó de Pallota empezó a producir sus propias caminatas para reunir fondos, pero las sumas netas que consiguieron a través de esas caminatas por la investigación del cáncer de mama se desplomaron, yendo de 71 a 11 millones de dólares, notó.
Pallota expone un firme argumento en cuanto a que la ayuda mundial está impedida porque se desalienta el uso de herramientas estándar de negocios entre grupos, como la publicidad, la toma de riesgos, salarios competitivos y ganancias para atraer capital.
“Nosotros permitimos que la gente obtenga enormes ganancias haciendo cualquier cantidad de cosas que le hacen daño a los pobres, pero queremos crucificar a cualquiera que desee ganar dinero ayudándoles”, señala Pallota. “¿Quieres ganar un millón de dólares vendiéndoles a los niños violentos videojuegos? Adelante. ¿Quieres ganar un millón de dólares ayudando a curar niños con cáncer? Te tildan de parásito”.
Confieso mi ambivalencia. Yo admiro profundamente al otro tipo de trabajadores de ayuda, aquellos cuya pasión por su trabajo es evidente por el hecho de que, al hacerlo, han terminado en la bancarrota. Me lleno de asombro cuando voy a algún lugar como la región de Darfur (en África) y veo a trabajadores de ayuda humanitaria que no gozan de sueldo o cuyos salarios son muy bajos en grupos como Médicos Sin Fronteras, arriesgando sus vidas para curar a las víctimas del genocidio.
De manera similar, me preocupa que si los grupos de ayuda les pagaran a sus ejecutivos de forma tan generosa como lo hace Citigroup, ellos estarían tan mal administrados como Citigroup.
Sin embargo, existe un amplio reconocimiento en buena parte de la comunidad de ayuda en el sentido de que hace falta una importante reorganización, que los grupos serían más efectivos si tomaran prestadas más herramientas del mundo de los negocios y que hay demasiado escrutinio del tipo de “te sorprendí” con respecto a los ingresos adicionales, en vez de sobre lo que ellos logran efectivamente. Es notable que líderes de Oxfam y Salven a los Niños hayan apoyado en público este libro, y ciertamente se está volviendo más aceptable en términos sociales notar que los negocios también pueden desempeñar una poderosa participación en el combate de la pobreza.
“Howard Schultz ha hecho más por las regiones que cultivan café en África que cualquiera en quien pueda pensar”, comenta Michael Fairbanks, experto en desarrollo, con respecto al director ejecutivo de Starbucks. Al ayudarles a los países a que mejoren sus prácticas para el cultivo de café y de clasificación de tipos de café, Starbucks probablemente les ha ayudado en mayor medida a los caficultores africanos de lo que haya logrado cualquier grupo de ayuda.
El mismo Fairbanks demuestra que un empresario puede hacer el bien incluso al tiempo que le va bien. El presidente de Ruanda, Paul Kagame, contrató a la empresa consultora de Fairbanks y le pagó millones de dólares del 2000 al 2007.
A su vez, Fairbanks le ayudó a Ruanda para que comercializara su café, té y gorilas. Actualmente el café ruandés se vende al menudeo hasta en 55 dólares por libra en Manhattan, los salarios en el sector cafetalero de Ruanda se han disparado en 800%, y multimillonarios tropiezan en recorridos por la selva ruandesa para admirar la vida silvestre. Kagame agradeció a Fairbanks otorgándole la ciudadanía ruandesa.
Además, existen muchísimos trabajadores que parecen santos en Ruanda, incluido el heroico doctor Paul Farmer, de Socios de la Salud, y llevan a cabo una labor extraordinaria. Pero, a veces, también los ejecutivos. Isaac Durojaiye, empresario nigeriano, es un ejemplo de la forma en que la línea se está empezando a borrar entre los negocios y las organizaciones de caridad. Él administra un negocio de franquicias con fines de lucro que suministra retretes públicos de uso gratuito en Nigeria. Cuando empezaba había un solo baño público en Nigeria por cada 200.000 personas, pero cobrando, él ha logrado suministrarles salubridad elemental a muchas más personas que cualquier grupo de ayuda humanitaria.
En el combate a la pobreza, hay espacio para todo tipo de organizaciones. Pallota pudiera estar en lo correcto en cuanto a que si vemos con recelo a grupos que pagan altos salarios, se promueven ampliamente e incluso obtienen ganancias, nosotros terminamos causando daño a las personas más necesitadas del mundo.
“Debido a eso, la gente sigue muriendo”, dice, con todas sus letras. “A esto le llamamos moralidad”.
© The New York Times News Service