Al hablar de las Antillas, los ecuatorianos piensan mayormente en San Andrés, una isla colombiana que atrapa por sus encantos naturales. Cinco metros y avanzando… Diez metros… Veinte metros… Treinta y cinco metros… Setenta metros y avanzando… Noventa metros… Cien metros y avanzando… Parecería que la baja profundidad del océano que rodea las orillas de la playa principal de San Andrés permite avanzar caminando por el fondo marino arenoso hacia Johnny Cay, un cayo (pequeña isla) que se asoma a un kilómetro y medio de distancia. Pero no camino tanto. Prefiero permanecer a unos 120 metros (poco más de una cuadra) de aquella orilla asaltada por espigadas palmeras que apuntan sus penachos hacia un cielo salpicado de nubes grises. Aquí no hay olas. Tampoco marea. Ni siquiera multitudes de turistas que agiten esta agua transparente que me envuelve con su tibia temperatura hasta la cintura. Solo existe el momento adecuado para arrodillarme sobre el lecho marino (el agua me llega hasta el cuello) y con tranquilidad hacer un recuento mental sobre por qué San Andrés es considerado uno de los destinos extranjeros más atractivos para los ecuatorianos. Multicombo caribeñoSan Andrés hace dos goles de entrada en el gran juego del mercado turístico nacional: su bajo precio (un programa de tres noches con pasaje aéreo, alojamiento, alimentación, entretenimientos y traslados cuesta unos $ 400) y su proximidad (está a menos de tres horas por avión). Otro beneficio: la facilidad de contratar sus programas en absolutamente cualquier agencia de viajes del Ecuador y con tarjeta de crédito. Algo también atrayente: su población nativa desarrolló una cultura propia, mezcla de tradiciones africanas y europeas que datan del siglo XVII, sumada a la característica amabilidad, simpatía y alegría de los colombianos. Pero nada de eso tendría gran valor si este destino caribeño no contara con un completísimo combo de atractivos naturales mezclados con una infraestructura de servicios repleta de hoteles de todo presupuesto, restaurantes y facilidades para actividades náuticas tradicionales, como motos acuáticas, veleros y surf, hasta una propuesta que parece salida de un cuento de Julio Verne: sumergirse en el océano con un equipo de buzo estilo antiguo que hace sentir al turista gran acercamiento con la vida marina. La mayor actividad del turismo se desarrolla alrededor de sus más de cuarenta playas bañadas por el océano de los “siete colores”. Así le llaman por los tonos que toma este mar transparente que sirve de vitrina a un lecho marino con las barreras de arrecifes más extensas de Colombia (eso también hace que las aguas sean como una inmensa piscina) y funciona como espejo de un cielo que mayormente se muestra brillante. Pero el turista también tiene varias opciones para disfrutar “en seco”: la visita al llamado “hoyo soplador”, una especie de chimenea natural que expulsa lenguas de agua a más de treinta metros de altura; el Acuario o Rose Cay, una piscina natural poblada por una gran cantidad y variedad de peces que nadan bajo la vista curiosa de los turistas y pobladores que allí se reúnen; y la laguna Big Pond (estanque grande), un lago semisalado en el sector de la Loma Linval ideal para la aventura, el romance y el contacto con la naturaleza, porque es refugio de miles de pájaros, cangrejos y peces. El tour náutico más recomendado lleva en quince minutos a Johnny Cay, el islote más cercano a San Andrés, cuyas cinco hectáreas de superficie encierran buen número de palmeras de cocos y amplias playas de aguas transparentes y aspecto virginal que hacen que el turista, al recostarse, entre en un estado de relajación total. Las horas pueden transcurrir imperceptiblemente en ese escenario que tranquiliza el alma para, ya acercándose la noche, regresar al hotel en tierra firme, bañarse, cambiarse de ropa y salir a cubrir los entretenimientos nocturnos. El principal son dos horas de música en el galeón de Morgan, un barco estilo pirata en el que la farra (o rumba, como dicen los colombianos) dura hasta la 01:00. Otra opción es cenar en alguno de los restaurantes del centro. Aquí no es necesario un vehículo para cubrir las pocas cuadras que alojan restaurantes exclusivos y tradicionales locales de comida. Pero donde realmente puede realizarse un gasto considerable es en los complejos de tiendas de la zona comercial, en pleno centro de la población. San Andrés es un puerto libre de impuestos, una especie de zona especialmente atractiva para llegar con dólares y salir con equipos electrónicos de última tecnología con descuentos que pueden ir hasta el 40% o más. El paraíso de las playas también es un dulce sueño para los compradores. Otra agradable sorpresa en la hermosa San Andrés.