No puede pasar desapercibido el incremento de personas y, especialmente niños y niñas, que piden ayuda en diferentes sectores de la ciudad.
Frenamos ante un semáforo y contemplamos los malabares o actuación que hace un niño o preadolescente para luego pedir su recompensa que no siempre llega… Otros quieren limpiar los vidrios del vehículo para del mismo modo obtener una moneda a cambio del servicio rápido que no hemos solicitado.
Otras veces, simplemente se nos acercan a la entrada de los centros comerciales a pedirnos dinero para completar el uniforme de la escuela, para comida, para un hermano enfermo, etcétera.
Es común ver mujeres jóvenes de la Sierra o de la Costa de rostro acongojado, con un niño en brazos, con un letrero casi ilegible o receta en mano pidiendo para el niño que a veces soporta un sol canicular…
Ninguna de estas escenas puede dejar de despertar diferentes reacciones en quienes, desde la comodidad de nuestro transporte, los vemos acercarse. Podemos estar con preocupaciones, ¿quién no las tiene? Tal vez, apurados por llegar a alguna cita importante, pero no podemos dejar de mirar y percibir lo que ocurre a nuestro alrededor en plena calle y tan cerca nuestro.
Con tantas advertencias sobre los asaltos con escopolamina, sin duda también tenemos miedo de ser engañados, sobre todo si vamos solos en el carro. Incluso nos inhibimos las amas de casa de la comodidad de adquirir el producto de ocasión en las esquinas… Nos cuidamos y hay que hacerlo… ¿pero siempre corremos ese peligro?
Por otro lado, nos han advertido que las madres y niños que piden en ciertas esquinas forman parte de grupos organizados para mendigar y explotar a los menores y eso nos reprime sin lugar a dudas las buenas intenciones que podamos tener de paliar sus necesidades.
¿Cómo distinguir entre sinvergüencería y emergencia? ¿Es qué tenemos que saberlo siempre para tender una mano?
¿Qué será lo correcto? Si le damos a un niño que pide, sentimos que fomentamos la actitud de indigencia, que va a crecer sin dignidad y sin un concepto del trabajo justo. Si no le damos nada, también nos sentimos mal porque en el fondo sabemos que la situación económica del país es crítica y afecta a los más pobres… y no quedamos satisfechos con nuestra conciencia…
A veces nos justificamos porque no tenemos monedas a la mano o el tiempo nos apremia y seguimos de largo sin querer ver que allí hay muchas personas con necesidades que nosotros ni siquiera imaginamos…
¿Perseguir a los indigentes? ¿Prohibirles que estén en los sitios públicos porque son una vergüenza y se daña la imagen turística? Me parece una solución muy cómoda… debe haber algo más que podamos hacer… No poseemos la varita mágica que cambie la situación de pobreza como quisiéramos para estar todos satisfechos.
Pero creo que, al menos, debemos empezar por aprender a contemplar su mundo desde el punto de vista de ellos y tratar de ponernos en sus zapatos… ¿qué haría yo en su lugar con las mismas carencias culturales, sociales, profesionales o físicas?