La eternidad ha de tener otra forma. Es cuando gravitamos fuera de la nada, en el sentido de Sartre (ex-sistere, en latín, significa estar fuera de). Amar con pasión, quedar suspendido en la cima es cuota de eternidad. No falta quien lo estropea todo, quizás lo hago yo también o me lo hicieron recientemente: “Eres un egoísta porque no piensas solamente en mí”. El amor es eterno, según Platón: si todos quienes se amaron desaparecieran, el amor como tal sobreviviría porque es idea y no objeto. No mueren los conceptos, solo desaparecen quienes los pudieron experimentar. Siento lástima por quien se encandila en amores de corto plazo, quemando muy pronto lo que adoró. La meta es eternizar el amor.

Frente a la vida siempre oscilé entre el optimismo platónico, el desesperanzado existencialismo. Sum ergo cogito. “Existo, luego pienso”. Lo contrario de Descartes. Al querer ser libre debo formar mis propias normas fuera de religiones alentadas por la esperanza del paraíso o atemorizadas por la amenaza del infierno; fuera de la moral tradicional envenenada por  la hipocresía, escandaloso apego a la letra, no al espíritu. Estoy condenado a ser libre. El principio del  humanismo consiste en saber escoger.

Envidio a quienes encontraron su propia verdad a través de un Dios que todo lo justifica, congela preguntas,  llámese Alá, Jehová, la Santa Trinidad, Osiris (muerte y resurrección). Creer en otra vida después de esta es el incentivo más intenso que puede poseer un ser humano, algo que sanamente envidio. La misma palabra Dios, en latín Deus, viene de Zeus (Júpiter) y todos los dioses tienen algo que ver con el sol: Pachacamac para los incas; Ra, dios solar de los egipcios. Noé, en la mitología de Asiria Babilonia, ya existía como Utanapishim: mito anterior con otro nombre.

“Amaos los unos  a los otros, no hagan a los demás lo que no quisieran que les hicieran”. (Confucio lo dijo casi quinientos años antes de Jesús, pero no viene al caso). Juan nos habla del amor como única verdad, pero así como lo hice en este artículo, hablamos demasiado en vez de practicar la elemental enseñanza: “Ama y haz lo que quieras” (Dilige et quod vis fac). Lo dijo San Agustín, ¿para qué más?