Los cruceros de instrucción dispuestos por la Armada de Chile para sus buques-escuela, en especial desde que ellos se han realizado en la Esmeralda, tienen, además, el propósito de irradiar la presencia del país, de sus gobiernos y de su pueblo en todos los confines del medio marino.

Mañana, la Esmeralda, bergantín goleta y buque escuela de la Armada de Chile, recalará en Guayaquil, en cumplimiento de su 53 crucero de instrucción, iniciado en Valparaíso hace menos de dos semanas. La simpatía popular hacia esta unidad, incorporada a la marina chilena en 1953, la ha denominado como la Dama Blanca, haciendo alusión a la estampa que ha proyectado en todos los mares que ha navegado, caracterizada por su blanco velamen y el albino tono de sus perfiles. Ellos se mantienen escrupulosos, retocados con esmero en cada “puerto de pintado” en que se restañan los perjuicios causados en la navegación, para que el barco ingrese impecable al malecón oficial que le reciba. Con todo, su nombre de registro, establecido desde que se le lanzara al agua desde las gradas de los astilleros de Cádiz, tiene un profundo significado en la historia chilena. Seis buques de su Armada han llevado esta ilustre denominación, naves todas ligadas a episodios gloriosos de la institución naval. El primero corresponde a una fragata española capturada por la Expedición Libertadora del Perú en pleno puerto del Callao, producto del audaz golpe de su jefe, el almirante Lord Thomas Cochrane. La unidad más significativa fue, sin duda, la corbeta en que el capitán Arturo Prat enfrentó en mayo de 1879 en la rada de Iquique, en notoria inferioridad pero con aliento de gloria, al monitor Huáscar, insignia de la flota de guerra peruana. Esmeralda es, pues, un patronímico que se identifica con páginas brillantes del historial patrio chileno, fastos que no porque los tiempos y circunstancias actuales sean distintos pueden relegarse en la memoria colectiva.

Este crucero tiene, como los anteriores, el propósito de que egresados de las escuelas matrices en que se forman los oficiales navales o los marineros que constituirán la gente de mar, experimenten el contacto directo y realista con los elementos naturales, técnicos y humanos en que desarrollarán las profesiones por la que se sintieron convocados. En este caso son 84 los guardiamarinas y 55 los grumetes que a cargo de 28 oficiales y 148 suboficiales comandados por el capitán de navío Víctor Zanelli Suffo integran la dotación del crucero. Esas cifras se adicionan con 34 oficiales invitados, tanto de las otras ramas de las Fuerzas Armadas y de Orden de Chile como de países amigos, entre ellos, por cierto, del Ecuador.

La tripulación de un velero como la  Esmeralda hace aflorar las condiciones y valores esenciales del hombre de mar, pues en el ejercicio de su navegación aprenderá a enfrentar los embates de los fenómenos cósmicos, a soportar privaciones y a superar los miedos cuando en lo alto de un palo deba conjugar en medio del temporal la ecuación milagrosa de los vientos y las velas, dominados por Eolo, el Dios que reina sobre ellos. Cultivará, asimismo, el mérito del esfuerzo colectivo y comprenderá que el espíritu de cuerpo y las recíprocas concesiones son ineludibles en la comunidad humana para alcanzar las grandes metas.

Los cruceros de instrucción dispuestos por la Armada de Chile para sus buques-escuela, en especial desde que ellos se han realizado en la Esmeralda, tienen, además, el propósito de irradiar la presencia del país, de sus gobiernos y de su pueblo en todos los confines del medio marino.

La Esmeralda se ha transformado así en embajadora itinerante de una nación que, como todas, registra éxitos y errores, alegrías y penas. De estas no responden las instituciones –y menos sus bienes simbólicos– sino los hombres y así ha ocurrido, precisamente, en Chile.

Por configuración territorial, comparable con un barco anclado a las cadenas pétreas de la Cordillera de los Andes, Chile es un país con destino y vocación marítimos. Sin perjuicio que la cronología de su desarrollo marca prioritarios espacios para la agricultura y la minería, desde siempre los chilenos fijaron su mirada en el mar, dotado, además, de islas y canales interminables. Nuestro largo litoral es un balcón abierto de par en par ante el enorme Pacífico, horizonte líquido solo interrumpido por la Isla de Pascua, tan misteriosa como milenaria. Como ha escrito Salvador Reyes, “toda la poesía y la majestad del agua salada está en Chile, desde el encanto casi tropical de Arica hasta el caos glacial de la Antártida”. La Armada de Chile es la encargada de mantener la seguridad de sus espacios marítimos y preservar los recursos de que están dotados. Con ese espíritu la Esmeralda fue concebida, como dice su himno, para formar a los marinos chilenos desplazándose como “una blanca gaviota sobre las olas del mar”.

No es por azar ni por capricho que la Esmeralda inicia su actual crucero de instrucción en Guayaquil, principal puerto del Ecuador. Recala en puerto amigo de un país amigo, ligados ambos por vínculos de la historia y caminos del futuro. Chile y Ecuador y sus marinas, integradas en la respuesta a las demandas de sus pueblos, se complementan en sus desafíos. Es evidente que la presencia en aguas del Guayas de la Dama Blanca contribuirá a que estos sentimientos comunes y compartidos, reiteradamente expresados por sus más altas autoridades, se consoliden en nuevas acciones concretas que sean ejemplares para las futuras generaciones de ecuatorianos y chilenos.

* Embajador de Chile