Oficiales iraníes le restaron importancia al incidente del domingo pasado, en la estrecha abertura hacia el Golfo Pérsico, insistiendo en que el encuentro había sido un intento “de rutina” por parte de embarcaciones operadas por el Cuerpo de la Guardia Islámica Revolucionaria para identificar a los acorazados estadounidenses. La versión ofrecida por Estados Unidos, sin embargo, difícilmente suena como algo rutinario: cinco embarcaciones rápidas de Irán, acometiendo a distancia de ataque de los acorazados de la Armada estadounidense en aguas internacionales, radiaron advertencias en el sentido de que los barcos estadounidenses explotarían, seguido por la liberación iraní de dos objetos blancos similares a cajas, que podrían haber sido explosivos.

El martes de esta semana, el Pentágono divulgó una grabación del intercambio que, al parecer, sustenta la versión de Washington.

Aún no es claro qué juego estaban jugando los iraníes o siquiera quién estuvo dando las órdenes. La negativa del presidente Bush a involucrarse diplomáticamente con Irán vuelve incluso más difícil para los oficiales estadounidenses el desenmarañamiento de los motivos de Irán, amén que incrementa el riesgo de cálculos errados en el futuro por parte de ambos países.

Con Bush en Oriente Medio esta semana –en un viaje de ocho días enfocado, cuando menos parcialmente, a formar oposición hacia Irán–, Teherán pudiera haberles estado recordando tanto a los árabes en el Golfo como a Washington su capacidad para crear problemas en un conducto de importancia crucial para los embarques mundiales de petróleo. Quizás, los iraníes están poniendo a prueba el apetito de Estados Unidos para una confrontación tras un nuevo estimado nacional de inteligencia, el cual concluyó que Irán había detenido su programa secreto de armas nucleares en 2003.

Bush estuvo en lo correcto al advertirles a los iraníes, el martes de esta semana, que estaban siendo peligrosamente provocadores. Además, es cierto que los vecinos de Irán, así como el resto del mundo, deberían sentirse realmente preocupados con respecto al respaldo de Irán detrás del terrorismo y su persistente apetito nuclear. Bush –quien apenas hace unos cuantos meses estaba haciendo surgir el espectro de la III Guerra Mundial– tampoco cuenta con mucha credibilidad. Él tendrá una oportunidad mucho mejor de exponer su argumento en este viaje si sigue el ejemplo de la armada, y si, cuando menos en público, practica la autocontención en lo tocante a la retórica.

Asimismo, Irán debe captar el mensaje acerca del riesgo de provocaciones futuras. Como demostró el atentado del 2000, por parte de la red Al Qaeda, en contra del destructor Cole de la Armada estadounidense, las fuerzas de Estados Unidos deben mostrarse vigilantes con respecto a protegerse a sí mismas. Las fintas por parte de Irán –o de cualquier otro país– para lanzarle carnada a Estados Unidos pueden salir peligrosamente mal. Muy al menos, la administración Bush debería usar este incidente para comprometer a Irán en pláticas formales acerca de la conducta en el Estrecho de Ormuz.

© The New York Times News Service.