Ubicarlo por teléfono fue tarea complicada. Las líneas sonaban casi siempre ocupadas y cuando por fin contestaban, los encargados del almacén atendían tan rápido que a veces ni se les entendía. Samuel Antonio Cedeño Parra, de 35 años, es el propietario de Mueblería Palito y contesta el teléfono igual de apurado que sus empleados. ¿Mucho trabajo? “Pues sí”. ¿Estresado? “No tiene idea cómo”. ¿Unas cortas vacaciones? “Ni en broma. Tenemos mucho trabajo y no puedo dejar a mi gente sola”, responde ya personalmente.
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Pide que aunque sea por media hora no le interrumpan. “Estaré ocupado en una entrevista, pero si es de urgencia me avisan nomás”, dice. Sin embargo, son algunas las “urgencias” ocurridas entre varios ‘entra y sale’.
De la vagancia al trabajo
Con cinco locales de muebles en diferentes puntos de la ciudad y más de 40 años en el mercado, este almacén participa en cuantas ferias de decoración pueda con tal de ser conocido.
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¿Será que la gente aún no conoce a Mueblería Palito?: “Sí nos conocen y bastante, pero es que yo quiero llegar a más personas”. ¿A cuántas? “En realidad no lo sé. Dicen que los negocios hay que expandirlos y diversificarlos para lograr el éxito y yo quiero hacerlo”. Lejos de sentirse un hombre exitoso, don Samuel, como lo llaman sus empleados, se muestra como alguien ahorrativo cuyo computador portátil no lo cambia desde hace seis años “porque todavía le sirve”.
Luego de la muerte de su padre, Samuel Olmedo Cedeño, en un accidente de tránsito cuando tenía 6 años, se convirtió en un niño rebelde, peleonero y vago. “No me da vergüenza admitirlo. Yo era vago y un verdadero dolor de cabeza para mi pobre madre, pero la gente cambia y yo cambié. Si no fuera por ella y por la mano de mi padre desde el cielo, yo no estaría donde estoy”.
Por un momento sus ojos se humedecen, le cuesta tragarse el nudo en la garganta. Cuenta que a veces lo extraña demasiado. Era el niño de sus ojos, el primogénito, el esperado por sus padres luego de tres años de vivir juntos. ¡Cómo olvidarlo! –reflexiona– si aún chiquito era el orgullo de mi padre.
Un tapizador
Enrique Villao (45) tenía 11 años cuando empezó a laborar de bodeguero, levantacajas de tela, grapas y resortes, mensajero y costurero. Era 1974 cuando conoció a Samuel Olmedo Cedeño, un artesano que tapizaba muebles que después vendía a los almacenes de la calle Rumichaca. “Era tan tan flaco que casi parecía un palito”, cuenta, así que los amigos de la ‘Calle de las amarguras’, las 5 Esquinas (Noguchi y Colón), le apodaron Palito.
Su primer almacén fue un taller de tapicería ubicado en la calle 11 entre Alcedo y Colón. Villao aprendió allí todo lo concerniente al negocio. Cosió, pegó, vendió y hasta durmió sobre espumas cuando la jornada avanzaba hasta la madrugada. Se convirtió en la persona de confianza de Palito hasta su muerte. “Realmente nunca pensé que volvería a trabajar con ellos hasta que su viuda, Esther Parra, me llamó para que los ayudara”. Gustoso regresó a laborar con la familia de su difunto jefe, solo que para esa ocasión le encomendaron una tarea adicional: enseñar al joven Samuel (en ese tiempo de 16 años), el mayor de los hijos, cómo funcionaba el negocio. Encomienda “complicadísima” ya que este no quería saber nada del trabajo.
Ni una cola
Por más que su madre lo “correteaba” para que madrugara al almacén, Samuel Antonio “se le escapaba”. Divagaba entre su sueño de ser médico, del químico biólogo de su especialización y de los ratos libres del Vicente Rocafuerte.
Un día su mamá se enfermó, ya no pudo ir al negocio. Hasta ese instante “fue irresponsable”. Decidió que nunca más su mamá lo obligaría. “Me volví responsable por necesidad. Al verla enferma me prometí que sacaría adelante el negocio, que no descansaría hasta tener una casa propia de dos pisos donde estuviera abajo la mueblería y afuera, una camioneta para la familia”.
...Y así lo hizo. Lo tomó a pecho y lo cumplió textualmente. Aquella tienda dedicada solo a vender tapizados a grandes almacenes se diversificó.
El hijo de Palito ya no quiso continuar de proveedor de otros, peor rogando cada mes un pago puntual por sus servicios, sino que decidió lanzarse al estrellato de la venta directa. Él, que no había vendido en su vida “ni un caramelo”, se fue para la famosa PPG (Pedro Moncayo y Pedro Pablo Gómez). Pidió a los comerciantes del sector que en memoria de su padre le dieran “un puestito” para vender sus muebles.
Pronto, silla que llevaba, silla que vendía. Su día empezaba a las 04:00 cuando el flete contratado por 8.000 sucres diarios lo iba a ver a la casa para embarcar el juego de sala, comedor o dormitorio. Muebles daneses, los trébol, los cuadrados, de roble o fernansánchez.
Enrique Villao le enseñó el oficio y era su compañero de jornada. “Al principio dañaba telas tras telas, mas luego aprendió y superó a su padre. Llegó a tener una gran perseverancia y buen olfato para los negocios. Me decía con seguridad: Enrique, vamos a vender todo, y lo vendía todo”, recuerda Villao.
Hasta 1999 Samuel Antonio triplicó sus ganancias en la PPG; sin embargo, tenía fija la idea de ahorrar para una camioneta al pie de su casa propia.
Guardaba cada centavo que le caía y por largo tiempo usó la misma camisa, el mismo pantalón, los mismos zapatos trajinados. No se tomaba “ni una cola con tal de ahorrar”. Solo invertía en lo necesario para sus hijos, Joselyn, Lady e Ismael, y en la madre de ellos, Lorena, de quien se enamoró cuando eran vecinos, relación que duró pocos años.
Bendito feriado
Las ganancias no fueron confiadas al sistema bancario, menos cuenta corriente o colchón alguno. El hijo de Palito optó por invertir su dinero en inventario, es decir, telas, tapices, esponjas, muebles en crudo blanco. La crisis bancaria del 99 aniquiló a miles de ahorristas, mas a él lo benefició. “De repente los bancos empezaron a llamarme para ofrecerme créditos. El precio de mis materiales subieron. Los almacenes no tenían qué vender así que yo les ofrecía de mi inventario y como no tenía deuda con nadie mi negocio creció, trepó”.
Con la mueblería en ascenso resolvió incursionar en la feria del Colegio Nacional Guayaquil, tan apetecida por los pequeños y medianos comerciantes. Decidió perseguir “peor que enamorado” a María de López, entonces directora de la feria. Necesitaba un espacio alquilado y estaba seguro de conseguirlo con ella. Pronto Samuel se hizo conocido más allá de los límites de la PPG, entre los clientes del Colegio Guayaquil que le ‘vaciaron’ la mercadería.
En el 2000, a más de adquirir su ansiada casa y vehículo comenzó a comprar otras propiedades y a colocar sucursales de Mueblería Palito en cada una. “Luego de haber adquirido el edificio de Baquerizo Moreno y Junín me dije ‘Dios mío, ¿es verdad?, ¿tengo un edificio?, pero si yo antes no tenía nada’. Valió la pena, mi sacrificio valió”.
Ricardo (33), Lourdes (29) y Álex (28) son sus hermanos menores. Hoy ellos acompañan a Samuel en el manejo de la empresa familiar y no se ve trabajando en desunión. Cree que su papá desde arriba lo ve, igual como su mamá desde acá lo cuida. En el 2008 se casará con Diana Guerrero (28), su novia de hace tres años y confiesa estar emocionado.
La camioneta de segunda mano que le costó diez millones de sucres en 1994, la de placas LVD833, está afuera de la casa de dos pisos que compró en Cuenca y la 16, al igual que su almacén en la planta baja. Esa fue su promesa y la cumplió. El resto, las demás propiedades y vehículos adquiridos después, unos más, unos menos, no dejan de ser valiosos, pero “no se asemejan a la alegría de las primeras metas cumplidas”.
Llegó a tener una gran perseverancia y buen olfato para los negocios. Me decía con seguridad: Enrique, vamos a vender todo, y lo vendía todo”.
Enrique Villao