Muchos aprovechan el momento para ocultar su ineptitud echándole la culpa a Washington del atraso de sus naciones. Luego los brindis, las fotos, las promesas, las firmas y el adiós.
Por excepción hay encuentros que sirven como termómetro para medir las temperaturas del ajedrez internacional o de la situación interna de cada país. Uno de esos casos fue, por ejemplo, la Cumbre Suramericana desarrollada en Cochabamba el año pasado. El entonces Presidente electo del Ecuador, que había sido invitado, dijo y repitió que la “revolución bolivariana” de Chávez era el camino, el ejemplo, el modelo, en definitiva, que la región, incluyendo el Ecuador obviamente, debía seguir.
A la vuelta de pocas semanas el país comprobó que hablaba en serio. En efecto, con una precisión matemática acá se ha seguido la ruta del comandante Chávez. Una Asamblea que se autoproclama “poder constituyente originario”; una comisión legislativa que sustituya al Congreso; una renuncia presidencial con piola; interinato; concentración de poder, dictadura con fachada democrática, etcétera. Todo igualito. Ah, y por supuesto, el Socialismo Siglo XXI, del que Chávez no deja de hablar y hablar, y acá no se cansan de repetir y repetir.
Hasta resulta extraño que el Gobierno no haga al menos un esfuerzo por guardar las apariencias y aunque sea en las formas no trate de distanciarse del dictador venezolano. Chávez, en su momento, también salió con aquello de que la reelección presidencial por una sola vez era una buena idea –algo que en Venezuela, como en el Ecuador, no era aceptado constitucionalmente–, que la reelección es “un derecho del pueblo” (?) y que si existe en las democracias avanzadas por qué no en Venezuela. También, en su momento, dijo que la reelección indefinida era innecesaria, aunque luego cambió de opinión. Y no se diga de nuestra política internacional. Ya el tutelaje de Caracas es tan obvio que en el exterior se da por descontado nuestro entero alineamiento.
La reciente cumbre en Santiago ha sido otra excepción. El intercambio entre Rodríguez Zapatero y el dictador venezolano, con el exabrupto del rey Juan Carlos de por medio, tienen una proyección histórica que supera los fugaces minutos del encuentro. Allí quedaron como impregnados en el tiempo dos paradigmas de la política, al margen de las izquierdas o derechas.
Las palabras de Zapatero a Chávez recordándole un mínimo de tolerancia (“respeto para ser respetado...”) y civilidad en los debates fueron más allá de su interlocutor. El cuestionamiento de Zapatero fue a ese estilo de entender la política como una desenfrenada ansiedad por más y más poder, la intolerancia y el insulto; a esa política entendida como una hemorragia de vanidades y palabrerías. En fin, a ese estilo con el que Chávez y sus tres o cuatro acólitos han fundado una escuela que llena de vergüenza a Latinoamérica.