El socialismo del siglo XXI es una ideología hecha a la medida de Hugo Chávez, y su sastre es Heinz Dieterich, profesor alemán de la UNAM de México.

El Presidente destacó en su discurso ideológico las diferencias entre el socialismo del siglo XXI y el marxista: que el socialismo clásico no se diferenció del capitalismo y su noción de desarrollo.

Efectivamente, los que proponen el socialismo del siglo XXI consideran un error de los marxistas haber cambiado el capitalismo privado por un capitalismo de Estado: sigue habiendo acumulación de capital, aunque en manos del Estado  y no privadas. Observan que eso es lo que lo hizo reversible: en Rusia  bastó privatizar las empresas estatales, y adiós comunismo.

En su lugar, el socialismo del siglo XXI propone que se mantenga la propiedad privada, pero que esta pase a los trabajadores, para que no haya acumulación de capital. Este socialismo tiene afinidad con lo propuesto por Velasco Alvarado en el Perú entre 1968 y 1975, lo que no debe sorprender, ya que en esos años Hugo Chávez fue agregado militar en Lima y asimiló esas ideas.

La doctrina es bastante radical en sus tesis: “La economía del mercado es incompatible con la democracia real de las mayorías”, escribe Dieterich.

Considera “centros de gravitación del enemigo”, que es “la burguesía” a “sus Fuerzas Armadas; sus medios de comunicación nacionales; sus grandes capitales; la jerarquía eclesiástica; la superestructura jurídica, particularmente las corruptas y reaccionarias Cortes Supremas; la superestructura legislativa y sectores del ejecutivo civil”.

El grado de apoyo que obtenga el Gobierno en las elecciones “determina el campo de batalla y la forma de guerra que tienen que escoger los nuevos gobernantes”. Si la victoria es estrecha, se requiere una estrategia defensiva. Si es amplia, entonces puede pasar a la ofensiva.

En otro reciente discurso, desde Riobamba, el Presidente se hace eco de estos conceptos. Luego de anunciar que las encuestas hoy le darían una victoria de 4 a 1, proclamó que el poder aún está “en manos de los banqueros, politiqueros, de los grupos económicos y de algunos medios de comunicación que se creen dueños del país. Por esta razón, para cambiar hace falta una segunda revolución que se puede lograr en septiembre”.

Pero en otros momentos de su discurso, el Presidente tomó una posición mucho más conciliadora. Rechazó la lucha de clases. Incluyó dentro del socialismo del siglo XXI  la experiencia chilena.

Debe sorprender a Lagos y Bachelet que se asimile a su vía de desarrollo el experimento venezolano y no una aplicación, ajustada a la realidad chilena, del liberalismo. Esto es, la concepción de que hay que proteger la libertad del hombre de la esclavitud a la cual lo quiere someter el Estado, antes los reyes absolutos, y en tiempos modernos los tiranos, desde Trujillo en Dominicana a Stalin en Rusia, que se proclaman salvadores del pueblo.