“Me sobran meditaciones sobre lo que debo hacer con un grande y bello país, para conservarlo en su adhesión a nosotros, para ganar Guayaquil, para conservar la armonía con el Perú, para no perder el tiempo, y para no chocar con la división del general Santa Cruz. Estos son los días de darle gusto a todo el mundo”. “Yo he lisonjeado a la división auxiliar de Santa Cruz y felizmente este jefe es muy bello sujeto. He prometido mandar tropas al Perú, siempre que Guayaquil se someta, y no nos dé más cuidados”.

Su malquerencia al Cabildo guayaquileño continúa cumplida al pie de la letra: “no pudiendo ya tolerar el espíritu de facción (…), he tomado definitivamente la resolución de no permitir más tiempo la existencia anticonstitucional de una Junta que es el azote de Guayaquil y no el órgano de su voluntad”. Y su mensaje al Congreso de Cúcuta cobra actualidad: “Esta espada no puede servir de nada en el día de la paz y este debe ser el último de mi poder (...) un hombre como yo es un ciudadano peligroso en un gobierno popular”.

También hay quienes ignoran nuestra historia y proponen llamar Simón Bolívar al puerto de Guayaquil, esto resentirá a los orenses de Puerto Bolívar perjudicando la cacería de votos. Y además no cambiará la historia: pues, al trasladar la Santiago mestiza a la Costa, el capitán Benalcázar no tuvo necesidad de elegir un nombre. Ya existían el río de Guayaquil, “Guayaquile” y  sus pobladores, su cultura, comercio y leyes. Ya era puerta y puerto milenario, una perla de espaldas a los Andes que miraba al mar y al futuro junto al Guayas, como columna vertebral de la nación. Su amplio golfo ya abraza la isla de Puná, histórico e incólume cancerbero de su fecunda vida y secular testigo del pensamiento liberal, la ilustración republicana que entraron a Guayaquil para alcanzar la libertad ecuatoriana.

El puerto de Guayaquil, eje histórico del comercio nacional e internacional, dueño del espejo fluvial y marítimo inspiró nuestra música y afirmó la cultura, no remata su nombre. Cuna de ilustrados próceres, hombres de letras y poetas, que imprimieron profunda huella democrática, distintiva del espíritu autonómico que nos identifica y domina, varias veces expresado en las grandes conquistas sociales que estarán vigentes hasta el final de los tiempos.

Hay “guayaquileños”, fieles seguidores del bolivarismo dogmático chavista, adverso a nuestra historia, que desconocen a los Rocafuerte, García Moreno, Carbo, Aguirre Abad, todos ellos íconos del Guayaquil ilustrado e insustituibles por afuereños, e ignoran que los puertos llevan el nombre de sus ciudades, así, a Nueva York o Liverpool, nadie podría llamar siquiera Jefferson o Churchill.