El papa Benedicto como catedrático, en sus numerosos escritos, al mismo tiempo que ha afirmado la importancia del latín, defendió, como perito del Concilio, el uso de la lengua de cada pueblo en la liturgia.
El latín es solo corteza del problema: el arzobispo Lefebre, tan inteligente como orgulloso, se aferró a una imagen de Iglesia-imperio o sociedad vertical: son sus integrantes el Papa, los otros obispos, presbíteros; todos los demás meros espectadores. Lefebre no llegó a aceptar que el Concilio Vaticano II, limpiando del polvo del camino a la comunidad cristiana que llamamos Iglesia, vuelva a afirmar concretamente con órganos de consulta que la Iglesia es pueblo de Dios, en el que todos los bautizados tenemos derechos y aportes propios. Los lefebrianos dejan en la sombra la situación social injusta.
Lefebre quiso entrar en Ecuador; los arzobispos Mosquera, Serrano, Echeverría lo impidieron.
Tenemos que ver a Benedicto XVI como pastor universal, que, para reconducirlos a la unidad de la familia cristiana, tiene que aceptar todo lo aceptable; y no es aceptable lo que contraría las enseñanzas de Cristo, según las cuales la Iglesia no es un imperio, sino pueblo de Dios formado por los participantes de la vida de Cristo, cada uno con aporte específico; pueblo que camina en la tierra, solidario con las angustias y esperanzas de los humanos, al servicio especialmente de los pobres. Pueblo organizado, en el que los laicos tienen tareas propias, que se complementan con la de los pastores, presididos todos por el sucesor de Pedro. El cardenal Ratzinger demostró ser hondo conocedor de la historia; Benedicto XVI sabe que algunos cismas en la Iglesia se hubieran podido evitar con un esfuerzo mutuo de comprensión. Los lefebrianos han dado pasos, pocos, hacia la aceptación de la renovación conciliar. El Papa acepta se celebre la misa en latín, según el misal del papa Pío V en determinadas circunstancias.
Me permito pensar que algunos de los que critican negativamente al Papa por permitir que en determinadas circunstancias se celebre misa en latín lo criticarían como intransigente, si no lo permitiera.
Aceptar que se celebre en latín no es involución; en cambio, sí es involución y es problema la actitud de contados clérigos, que o no sudan con el pobre, o se ilusionan que lo servirán mejor, con poder político, suplantando a los laicos. Los demás sacerdotes no buscamos poder político, preferimos ser menospreciados, desatendidos, o porque no pagamos… o porque somos sacerdotes.