El presidente argentino Néstor Kirchner es una fábrica de poder. Consiguió la presidencia en el 2003 con el 22% de los votos ¡después de perder contra Carlos Menem! En cuatro años ha alcanzado tal popularidad que entre él y su mujer, Cristina Fernández, planean quedarse en la Casa Rosada mientras Dios les dé vida, como si estuviera dispuesto por el código civil más que por los votos de los ciudadanos.

Los periodistas nos hacemos unas cuantas preguntas entre nosotros, porque preguntarle algo al presidente es una tarea imposible. Solo habla ex cátedra desde el podio de los discursos. La última vez que nos calificó, nos trató de esquizofrénicos. Su mujer tampoco dialoga: discute. Más que nuestras preguntas le molestan nuestros análisis y razonamientos. Ante esta realidad no podemos evitar preguntarnos sobre el poder, la prensa y la popularidad. ¿Ganan en popularidad los gobernantes que insultan a la prensa? ¿Lo han descubierto nuestros gobernantes? ¿Tan poco quiere el pueblo a los periodistas? Si es así y la respuesta es positiva, somos los periodistas los que tenemos que cambiar.

Pero no creo que sea así. Lo que están descubriendo algunos presidentes sudamericanos es el modo de perpetuarse legalmente en el poder. Que es un intento de la humanidad no le cabe duda a nadie. Por más sistemas de control y limitación del poder que inventemos, desde los griegos a nuestros días el ser humano trata de sumar poder en el espacio y en el tiempo. Si a Fidel Castro lo sucede su hermano, no es de extrañar que a Kirchner lo suceda su esposa. Ya lo hizo en la Argentina Juan Domingo Perón con el binomio Perón Perón que se impuso en las elecciones de 1973 y que mortis causa ungió presidente a su esposa Isabel Martínez en 1974. Hasta Hillary Clinton promete ser presidenta de Estados Unidos con solo un par de periodos del hijo de otro presidente entre su marido y ella. Los Clinton y los Bush llevan desde 1989 en la Casa Blanca. Quizá esto explique la naturalidad con que la monarquía gobernó el mundo durante milenios y cómo todavía existe, con mayor o menor poder, en la mitad de los países más desarrollados del planeta.

Parece que Cristina Fernández de Kirchner será la presidenta de los argentinos entre el 10 de diciembre del 2007 y el del 2011. En este último año, con un poco más de botox, podrá ser reelegida hasta el 2015. Si no se divorcian y su marido la sucede en el sillón de Rivadavia por otros dos periodos, llegamos con los Kirchner hasta el 2023. Néstor tendrá entonces apenas 73 años y su mujer 70. Todavía podrán seguir intentándolo: ya se sabe que la medicina hace milagros y la expectativa de vida se alarga. Puede parecer un chiste o una exageración, pero no lo es. La pregunta ahora es más interesante y solo tendrá respuesta con el tiempo: está claro que es legal, pero queremos saber si será bueno o malo para nuestro país.

Chile, por las bravas, aprendió lo que pocos países sudamericanos. Políticas de estado estables, que se continúen en el tiempo a pesar de los cambios de gobierno. Brasil va camino de conseguirlo también. La Argentina, histérica, lleva 60 años haciendo todo lo contrario: cada nuevo gobierno empieza de nuevo. Uno privatiza, el siguiente estatiza. Uno nacionaliza los recursos, el otro los regala. Uno dolariza, el que viene pesifica. Uno indulta a los militares, el otro los fusila. Uno es amigo de Estados Unidos, el que le sigue se abraza con Cuba. Así no hay cuerpo que aguante. La alternancia en el gobierno, que debería ser una cortapisa a la acumulación de poder, ha convertido a la Argentina en una serpentina zigzagueante sin rumbo fijo. Cuando Pilar Rahola le preguntó a Julio María Sanguinetti hacia dónde va la Argentina, el ex presidente del Uruguay le contestó preocupado: “El problema, Pilar, es que la Argentina no va para ninguna parte”.

Un hermeneuta cercano al presidente aventuró en estos días las nuevas ocupaciones que tendrá Kirchner a partir de convertirse en ex presidente y marido consorte. Se dedicará a profundizar el modelo de partido progresista que llevó a la Argentina a sumar 50 meses de crecimiento después de la peor crisis de su historia. Supone que es, además, una consecuencia de la elección del pasado 24 de junio en la ciudad de Buenos Aires. En el segundo distrito electoral de la República ganó por goleada la oposición de centro derecha encabezada por Mauricio Macri. Ahora, detrás del nuevo alcalde/gobernador de Buenos Aires se empieza a perfilar el otro partido.

Esta es la consecuencia final, posiblemente buscada, de la fábrica de poder: terminar con los dos partidos/movimientos que, junto con los militares, han desgraciado a la Argentina desde 1940. Si las cosas les van bien a los Kirchner y a Mauricio Macri, en unos años la política en la Argentina ya no será un sentimiento melancólico, como el tango.