Por eso, trataré de dar mis impresiones personales muy primariamente. A través de sus artículos y libros de ensayos, Vargas Llosa como pensador no impresiona por su profundidad. No esperaba, por tanto, una exposición filosófica de alto nivel. Pensé que, puesto que iba a hablar de literatura, expondría una teoría general de su poética, sazonada tal vez con anécdotas del tipo que hacen muy sabrosas las charlas de ciertos escritores.

Hay que considerar que el escritor se dirigió a un auditorio de más de dos mil personas, no a un grupito de expertos, ante los cuales se puede ahondar en reflexiones. Pero Vargas fue un paso más allá y por sencillo se quedó en romo. “Te estás durmiendo” me dijo la persona que estaba a mi lado, tocándome el codo. Durmiéndome, lo que se dice en una buena siesta, no estaba, pero sí tuve dos o tres cabeceadas.

Entonces, ¿fue un desperdicio concurrir? No. Como esos toreros que salvan la faena con una sola tanda de verónicas, aunque después no hagan nada más, Vargas Llosa expuso dos o tres ideas que hicieron que valga la pena la asistencia. Una fue sobre la felicidad, que podemos comentar en otro momento.

Otra fue sobre la posición del escritor frente a la libertad. Les doy mi versión que no es taquigráfica y que ha sido modulada por varios días de reflexiones. El escritor que niegue la libertad, y en particular, la libertad de expresión niega la esencia misma de su arte, de su hacer y de su oficio, que no es otra cosa que la expresión del libre vuelo de su pensamiento.

El escritor, en particular el novelista, es siempre un utopista, está permanentemente creando mundos en ninguna parte. El poder es, en cambio, siempre una topía, un lugar real, y las más de las veces, un tópico (por “vulgar y trivial”). Los escritores pueden tener posiciones políticas, pero siempre deben mantener su independencia frente a esa forma afrentosa de realidad que es el poder, quien quiera que lo ejerza. La posición crítica es la única que les cabe, la oposición es su lugar natural.

Por eso, el momento en el que un escritor se vuelve oficialista, inmediatamente la calidad de su obra decae. El mundo sutil de la creación literaria ha transigido con el peso brutal del poder. De allí vienen dos fenómenos: el odio que todos los autoritarios sienten por los escritores y la absoluta incapacidad del totalitarismo de producir siquiera literatura mediocre.

Vargas Llosa ha pagado su visita encendiendo una polémica en torno a este tema, en un momento delicado para nuestro país. Ojalá sea una gran polémica que clarifique las mentes de muchos intelectuales confundidos en esta compleja coyuntura.