[El Quiteño Libre] fue un semanario dominical, tamaño del llamado formato en folio, de cuatro planas, a dos columnas, editado en la Imprenta Quiteña por Pedro Muñoz de Ayala. Valía un real, la popular moneda ecuatoriana hoy desaparecida. Se realizaron diecinueve ediciones, en cuatro meses, una de ellas, la cuarta, en la Imprenta de la Universidad Central del Ecuador.
En aquellos tiempos, todos los periódicos que aparecían en Quito, Guayaquil y Cuenca (ciudades donde había imprenta) entraban a la arena política, pero tenían vida efímera, eran ocasionales ¿por qué motivos? Infortunadamente, porque ciertos hombres de pluma medraban como escritores al servicio de los gobiernos de turno. En el caso de El Quiteño Libre son dignas de admiración la perseverancia y la fortaleza ideológica de Pedro Moncayo que desempeñó a cabalidad y hasta el último minuto su destacado y peligroso rol de “editor responsable” del pequeño semanario de oposición al régimen floreano, pese a las persecuciones, los asaltos y los ataques de las publicaciones rentadas por los dueños del poder.
Camilo Destruge en Páginas para la Historia de la Prensa anota: “Cuando en 1883 tomó mayor consistencia y se exteriorizó con más fuerza la oposición al gobierno del general Flores, oposición que tuvo su centro principal en la Sociedad y el periódico El Quiteño Libre, aparecieron otros órganos de la prensa que se dedicaron a hacer la defensa de Flores y los actos de su administración”.
El historiador Pedro Fermín Cevallos enumera seis “hojas” gobiernistas, cuyos nombres repite en el mismo orden Luis Robalino Dávila “las cuales –enfatiza– trataron a los redactores de El Quiteño Libre de perturbadores del orden, ambiciosos, inconsecuentes, ociosos, aspirantes, con todos los epítetos usuales en tales casos”. Se aprecia claramente que en Flores y su círculo privilegiado afloraba lo que hoy se denomina “el síndrome del enemigo”. “La vida crea grupos y fuerzas sociales a las que les conviene la imagen del enemigo, no importa cuál sea esta... A quien no es capaz le conviene buscar conspiradores e intrigantes... acusar de sus fracasos e ineptitudes a quien sea, pero no a sí mismo”. Las hojas gobiernistas procuraban hacer de El Quiteño Libre la imagen del enemigo”.
Como era de costumbre un periódico tenía un lema, el que decía ceñir su labor, casi siempre tomado de algún autor clásico. El Quiteño Libre blasonaba el pensamiento ciceroniano: “Nulla emim nobis societas cum Tirannis, sed potius summa distractio est”. (Para nosotros ninguna amistad con los tiranos es posible, porque constituye una gran equivocación). Asimismo, el periódico guayaquileño El Nueve de Octubre, el más acérrimo defensor de Flores en las acusaciones que El Quiteño Libre le sustentó sobre el monopolio y los negociados de la sal (que luego veremos), exhibía este principio de Cicerón: “Ningún ciudadano sufre que poder alguno de la República pretenda hacerse superior a las leyes...”. Mas, ¡qué diferencia de actitudes entre los dos periódicos!
El impacto que produjo El Quiteño Libre desde su primer número fue enorme. Así lo pondera Cevallos, habida cuenta de que Moncayo cuestionó acerbamente en muchos asuntos al historiador del resumen. El criterio del insigne ambateño tiene notable significación, ya porque fue testigo de los hechos que enfoca, ya porque en el campo político fue adversario de Moncayo. Por eso consignamos esa amplia y sincera apreciación: “Las bases –enfatiza– en que está fundado El Quiteño Libre van encaminadas, según su prospecto, a defender las leyes, derechos y libertades del país, a denunciar toda especie de arbitrariedad, dilapidación y pillaje de la hacienda pública, a confirmar y generalizar la opinión en cuanto a los verdaderos intereses de la nación y a defender a los oprimidos y atacar a los opresores”. Era el primer escrito de este género que amenazaba sacar a la luz los actos públicos y extraviados del gobierno, y la voz de El Quiteño Libre fue por consiguiente aceptada, escuchada y difundida con entusiasmo. Su mérito principal consiste en haber sido el primero que levantó la voz después de tanto tiempo de silencio, y en medio de las bayonetas de los soldados extranjeros que desdeñaban a la patria que los estaba alimentando, vistiendo y acaso enriqueciendo... Sobre este mérito llevaba el de la moderación y decencia que sostuvo en su progreso, a través de las agitaciones y encono de los partidos, sin pretender rasgar el velo que encubre las acciones privadas de la vida”.
“Singularmente Pedro Moncayo se entregó de lleno a la dura labor periodística, sintiéndola como su genuina vocación, arrostrando obstáculos y peligros del pseudosistema republicano que no era sino la continuación embozada del colonialismo. Nada había cambiado. Estaba frustrado el anhelo que brotó en la mente de los padres de la patria –según el sapiente decir de Gabriel Cevallos García–: “El rompimiento de los antiguos moldes y la necesidad de crear fórmulas legales de otra dimensión histórica”. Y se sentía el corazón del periodista que allí estaba la misión de su vida, el imperativo de su dación total al fragor de la lucha a pecho descubierto, porque como en acertada observación puntualiza César Dávila Andrade: “Cuando la fuerza de una misión llega a apoderarse de la conciencia de un hombre, ninguna victoria o derrota son capaces de alejarle de su empresa”.
Flores no solo que auspició la publicación de periódicos que se enfrentasen a El Quiteño Libre, sino que se llenó de temor ante la viril oposición y el respaldo que granjeaba en la ciudadanía la indeclinable campaña de denuncias. Astuto y lleno de recursos para defenderse y despistar sus falencias, el Presidente se afanaba a toda costa y sin pararse en escrúpulos, en constituir un frente contra la creciente oposición y en fomentar un ambiente de desprestigio contra los redactores de El Quiteño Libre, todos comprometidos con el nacionalismo defraudado, la renovación cultural menospreciada y el civilismo pisoteado por los cascos de los empenachados escuadrones”.
* Periodista.
Fragmentos tomados de Pedro Moncayo, fundador del periodismo de combate; en Pensamiento de Pedro Moncayo. Enrique Ayala Mora, editor. Biblioteca de Ciencias Sociales. Volumen 20. Corporación Editora Nacional – Fundación Friederich Nauman – Corporación Imbabura, 1993. Quito, Ecuador.