Las premisas de este y otros razonamientos similares traen a la memoria la interesante metáfora que usaba el argentino Carlos Santiago Nino, uno de los más lúcidos pensadores de filosofía política y jurídica contemporánea, para explicar su tesis de que la Constitución, contrario a lo que muchos piensan, más que un documento es una práctica social. Para explicar que las prácticas y convenciones sociales no nacen de una Constitución sino al revés, ponía el ejemplo de la construcción de una catedral por un periodo extenso de tiempo. Cada generación de arquitectos y obreros va contribuyendo a la obra a lo largo de décadas y hasta siglos, que es lo que usualmente demoran. Es probable que más de uno no comparta el gusto estético de sus predecesores –quizás prefiera el románico al gótico– y, para satisfacer sus preferencias individuales, llegue a considerar la destrucción de lo hecho para comenzar de nuevo. Lo más probable es que no lo haga. Sabe que no estará vivo para terminar “su” catedral. Que habrá otros que vendrán luego y que se encargarán de continuarla según el trazado original, y que, siguiendo su ejemplo, también se les puede ocurrir destruirla para volver a edificar otra catedral con otro estilo, o regresar al original. Por esto sus decisiones no solamente están condicionadas por el pasado, sino también por el futuro. Hay, en otras palabras, una racionalidad en la actuación de obras colectivas.
En efecto, las prácticas sociales no nacen en el vacío o vienen de la nada. Pensar de esta forma es tener una visión errada de la historia. Para entenderlo, bastaría analizar cómo maduraron los procesos que precedieron la Constitución española de 1978, la Constituyente colombiana de 1991 o la reforma argentina de 1994, especialmente en su simbiosis entre política y derecho, y contrastarlos con lo que nos está sucediendo.
Muchos quisieran creer que los recientes acontecimientos son los últimos episodios de un andamiaje que se derrumba y no los primeros de uno que se fortalece. Soñar cómo será de estable y democrático el país una vez que se inaugure la Constituyente es una idea gratificante que puede ayudar a condonar el presente vestido de futuro.