Michael Russell, del Partido Nacional Escocés, dice que si bien su partido se ha comprometido a efectuar más adelante un referendo sobre la independencia, ellos creen que la nueva soberanía escocesa debe ser de tipo moderno, dentro del contexto de la Unión Europea, algo así como un divorcio aterciopelado.

Un día de invierno de 1707, este viejo poblado de piedra vio cómo el Parlamento escocés puso fin con su firma a la independencia de Escocia al votar la unificación con Inglaterra y dar paso a la creación de la Gran Bretaña. Trescientos años más tarde, los sondeos de opinión dejan entrever que los partidarios de revertir esa decisión podrían obtener una significativa victoria en las elecciones parlamentarias que se celebrarán en mayo.

En su momento, la unidad con Inglaterra no fue popular en las calles de Escocia. Turbas iracundas recorrían las calles ocasionando destrozos y haciendo que los parlamentarios huyan. El texto definitivo del acuerdo debió firmarse en un sótano que según algunos diarios sensacionalistas quedaba donde hoy es el tocador de mujeres del café la Bella Italia.

Tiempo atrás, el rey James VI de Escocia se había convertido en el rey James I de Inglaterra cuando su tía, la reina Isabel, murió en 1603; pero ambos países, gobernados por un solo rey desde Londres, permanecieron separados. Para 1707, sin embargo, la opinión de los escoceses comenzó a dividirse. Un fallido intento de crear un Imperio escocés en Panamá consumió la mitad del dinero en circulación, al tiempo que una serie de malas cosechas amenazaba con dar paso a una hambruna. Inglaterra tuvo que conformarse con cooptar a un vecino y rival potencialmente hostil.

Pero, si Inglaterra fue el socio mayoritario, la fusión abrió el Imperio británico a la inventiva escocesa, de tal modo que a pesar de que se produjeron dos rebeliones fallidas, en el transcurso de una sola generación, la unión transformó a Escocia, que pasó de ser un país subdesarrollado a una sociedad moderna, donde tuvo lugar una revolución cultural y social, según escribió Arthur Herman en su libro La iluminación escocesa: La invención en Escocia del Mundo Moderno.

Herman rastrea la gran explosión de empresas intelectuales y científicas que sentaron las bases para la Revolución Industrial y los conceptos de individualismo, capitalismo de libre mercado, así como la democracia que ha triunfado en el mundo occidental.

Los escoceses se unieron a la aventura imperial mostrando entusiasmo. Administradores, misionarios, ingenieros, y particularmente soldados escoceses, tenían una representación excesiva en el Imperio británico.
Además, los escoceses a menudo gobernaron Inglaterra. La mitad de los últimos 20 primeros ministros han tenido apoyo escocés en un momento u otro, o ellos mismos fueron escoceses. Gordon Brown, quien seguramente será el siguiente primer ministro del Reino Unido, es de origen escocés.

Según Hamish Macdonell, editor político del Escocés, los sentimientos unionistas alcanzaron su cúspide con la II Guerra Mundial, cuando los británicos pelearon codo a codo. Personalmente observé ese sentimiento  cuando visité Escocia por primera vez en 1953. La Gran Bretaña de la posguerra estaba exhausta, y el racionamiento de comida continuaba. Sin embargo, los que favorecían el Reino Unido predominaban todavía ese año, cuando la reina Isabel II de Inglaterra, la primera reina Isabel de los escoceses, fue coronada. Hoy día, en cambio, la cruz azul y blanca de San Andrés, símbolo de Escocia, supera en número a las banderas de la unión.

Pero incluso en esos días la época de Escocia como un motor de la industria y el desarrollo intelectual ya había quedado atrás. La declinación industrial, mientras Escocia se volvía más pobre y el sur de Inglaterra más rico, provocó un fortalecimiento del nacionalismo escocés.

Michael Russell, del Partido Nacional Escocés, me dijo que si bien su partido se ha comprometido a efectuar más adelante un referendo sobre la independencia, ellos creen que la nueva soberanía escocesa debe ser de tipo moderno, dentro del contexto de la Unión Europea, algo así como un divorcio aterciopelado. Él desea que Escocia se mantenga por su propio pie y asuma la responsabilidad por su destino, en lugar de ser el ala de un Estado dominado por los ingleses. El surgimiento del Tigre celta de la economía irlandesa es una de las aspiraciones del partido.

Todos los protagonistas de este debate quieren más poder para el Parlamento escocés, cuya creación fue obra de Tony Blair en 1999 con el objetivo de apaciguar el nacionalismo. El Partido Nacional Escocés seguramente se beneficiará de la impopularidad de la guerra en Iraq y del desgaste del Partido Laborista, pero la representación proporcional hace que sea casi imposible una mayoría clara en el Parlamento de Escocia. Así que incluso si el Partido Nacional consigue la mayoría de votos, le resultará difícil encontrar socios suficientes para un referendo sobre la independencia.

No obstante los escoceses deberán decidir cuál será su relación con los nacionalistas en las elecciones de mayo, aun cuando quizás no estén del todo preparados para el divorcio.

*Periodista de The Boston Globe
Distribuido por The New York Times News Service