Amaba a Goya, Picasso, El Greco, Miguel Ángel, Botticelli, Mozart, Beethoven, Luis Armstrong, Sinatra, Ella Fitzgerald, El Dom Pérignon de 1953, El Principito. Doblemente huérfana porque falleció su padre, desapareció su madre, murió de igual manera, carente de afecto pero inmensamente deseada.

Podemos imaginar el cuadro siniestro de  análisis, autopsia, incisiones que supuso la inevitable investigación. Su suicidio sigue siendo misterio; sabemos que aquella chiquilla grande padecía crisis de depresión. Las personas más aduladas suelen sentirse muy solitarias. Podía parar el tráfico pero el tráfico le paralizó el corazón. Nunca se sabrá qué tipo de maña rodeó aquella muerte. Hubiera cumplido ochenta años en agosto del 2007. “Siempre pensé que no era nadie y la única forma de ser alguien  era ser otra persona”.

Cada vez que pienso en Marilyn siento infartos de ternura.