En medio de contradictorias señales de amenazas contra Irán y ofertas de negociaciones con el gobierno de Teherán por parte de Estados Unidos, Noam Chomsky examina los conflictos a la luz de lo que considera “una mentalidad de guerra fría que prevalece en Washington”.
En el Medio Oriente, rico en energía, solamente dos países se han negado a subordinarse a las demandas básicas de Washington: Irán y Siria. En consecuencia ambos son enemigos, e Irán es el más importante.
Con las mismas normas que en la guerra fría, el recurso a la violencia se lo está justificando de manera regular como una reacción a la maligna influencia del principal enemigo y con frecuencia con los pretextos más débiles. De manera escasamente sorprendente, a medida que Bush envía más tropas a Iraq, surgen versiones sobre la interferencia iraní en los asuntos internos de Iraq, un país que de otro modo se encontraría libre de cualquier interferencia extranjera, siempre que se asuma tácitamente que Washington gobierna el mundo.
En la mentalidad típica de la guerra fría que prevalece en Washington, Teherán es descrita como el pináculo de la llamada Media Luna chiita que se extiende desde Irán al Líbano, donde está Jezbolá, y a través del sur chiita de Iraq y de Siria. Y nuevamente sin sorpresas, el incremento de tropas norteamericanas en Iraq, así como la escalada de amenazas y acusaciones contra Irán, están acompañados por una desganada voluntad para participar en una conferencia de poderes regionales, con la agenda limitada a Iraq.
Al parecer, este mínimo gesto hacia la diplomacia está pensado para disminuir los crecientes temores y enojos surgidos ante la creciente agresividad de Washington. Estas preocupaciones encontraron nueva sustancia en un detallado estudio sobre “el efecto Iraq” realizado por los expertos en terrorismo Peter Bergen y Paul Cruickshank, revelando que la guerra de Iraq “ha aumentado en un séptuplo el terrorismo a nivel mundial”. Un “efecto Irán” podría ser incluso más severo.
Para los Estados Unidos, el asunto principal en el Medio Oriente ha sido y continúa siendo el control efectivo de sus incomparables recursos energéticos. El acceso es un tema secundario. Una vez que el petróleo está en los mares, va a cualquier lado. Se considera que el control es un instrumento de dominio global. La influencia iraní en la Media Luna desafía el control de Estados Unidos. Por un accidente de la geografía, los recursos de petróleo más importantes del mundo están en zonas donde predominan los chiitas: el sur de Iraq, y las regiones adyacentes de Arabia Saudita e Irán, también con algunas de las mayores reservas de gas natural.
La peor pesadilla de Washington sería una alianza de chiitas que controlen la mayor parte del petróleo mundial al margen de Estados Unidos. Ese bloque, si surge, podría incluso unirse a la Red de Seguridad de Energía Asiática, con sede en China. Irán podría ser el eje. Si los planificadores de Bush provocan eso, habrán socavado seriamente la posición de poder de Estados Unidos en el mundo.
Para Washington, la principal ofensa de Teherán fue haber desafiado a la Casa Blanca, comenzando con el derrocamiento del Shah en 1979 y la crisis de los rehenes en la Embajada de Estados Unidos.
El rol feroz de Estados Unidos en Irán en años previos fue eliminado de la historia. Como retribución al desafío iraní, Washington se movió rápidamente para apoyar la agresión de Saddam Hussein contra Irán, que dejó cientos de miles de muertos y al país en ruinas. Luego vinieron las mortales sanciones económicas y, durante el gobierno de Bush, el rechazo a los esfuerzos diplomáticos iraníes y amenazas de un ataque directo.
En julio pasado, Israel invadió Líbano, la quinta invasión desde 1978. Como antes, el apoyo de Estados Unidos a la agresión fue un factor decisivo. Los pretextos colapsaron rápidamente con inspecciones, y las consecuencias para los pobladores del Líbano son severas.
Entre las razones con que se quiso explicar la invasión de Israel y el apoyo norteamericano, se incluyó la de que los cohetes de Jezbolá podrían disuadir un potencial ataque israelí-norteamericano a Irán.
Pero a pesar de las amenazas, sospecho que es improbable que el gobierno de George W. Bush ataque a Irán. La opinión pública en los Estados Unidos y en todo el mundo se opondría de manera abrumadora.
Parece que la comunidad militar y la de inteligencia de Estados Unidos también rechazan un ataque.
Irán no puede defenderse contra un ataque de Estados Unidos, pero puede responder de otras maneras, entre ellas incitando a que se produzcan aun más estragos en Iraq. Algunos opinan que podría haber consecuencias mucho más graves, entre ellos el respetado historiador militar británico Corelli Barnett, quien escribió que “un ataque a Irán iniciaría efectivamente la tercera guerra mundial”.
Pero cuando un depredador está herido, se vuelve más peligroso e imprevisible. En su desesperación por salvar algo, el gobierno norteamericano podría emprender el riesgo de desastres incluso mayores. El régimen de Bush ha creado una catástrofe inimaginable en Iraq. Ha sido incapaz de establecer allí un estado cliente confiable, y no puede retirarse sin enfrentar la posible pérdida del control de los recursos energéticos del Medio Oriente.
Mientras tanto, Washington podría intentar desestabilizar a Irán desde el interior. La mezcla étnica en Irán es compleja; gran parte de su población no es persa. Hay tendencias separatistas y es probable que Washington esté tratando de agitarla por ejemplo en Khuzestan, en el Golfo Pérsico, donde está concentrado el petróleo de Irán, una región que es de mayoría árabe, no persa.
La escalada de amenazas también sirve para presionar a otros a unirse a los esfuerzos de Estados Unidos para estrangular económicamente a Irán, con previsible éxito en Europa. Otra consecuencia, tal vez intencional, sería la de inducir al liderazgo iraní a ser tan duro y represivo como sea posible, fomentando el desorden y tal vez la resistencia y socavando los esfuerzos de los valientes reformistas iraníes que protestan amargamente contra las tácticas de Washington.
También es necesario demonizar el liderazgo. En Occidente, cualquier declaración del presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, se pone inmediatamente en circulación en titulares de primera plana, con dudosas traducciones. Pero como es bien sabido, Ahmadinejad no tiene control sobre la política exterior, que está en las manos de su superior, el líder supremo, el ayatola Ali Jomeini.
La prensa de Estados Unidos tiende a ignorar las declaraciones de Jomeini, especialmente si son conciliadoras. Por ejemplo, se informa ampliamente cuando Ahmadinejad dice que Israel no debería existir, pero hay silencio cuando Jomeini dice que Irán apoya la posición de la Liga Árabe sobre Israel-Palestina, proponiendo una normalización de las relaciones con Israel si acepta el consenso internacional del establecimiento de dos estados que durante 30 años ha sido bloqueado por Estados Unidos e Israel.
La invasión de Iraq por parte de Estados Unidos impulsó virtualmente a Irán para desarrollar un disuasivo nuclear. El mensaje, fuerte y claro, era que Estados Unidos atacaría a voluntad, en la medida que el objetivo careciese de defensas. Ahora Irán está rodeada por fuerzas militares de Estados Unidos en Afganistán, Iraq, Turquía y el Golfo Pérsico y dos países más, muy cercanos y con armas atómicas, Pakistán y particularmente Israel, la superpotencia regional gracias al apoyo de Estados Unidos.
En el 2003, Irán ofreció negociaciones sobre todos los temas sobresalientes, incluyendo la política nuclear y las relaciones Israel-Palestina. La respuesta de Washington fue censurar al diplomático suizo que trajo la oferta. Al año siguiente, la Unión Europea e Irán llegaron al acuerdo de que Irán suspendería el enriquecimiento de uranio (al que tiene derecho de acuerdo al Tratado de No Proliferación Nuclear) y como retribución la Unión Europea proveería de “garantías firmes en asuntos de seguridad”.
Aparentemente por obra de la presión de Estados Unidos, Europa no estuvo a la altura del convenio. Irán en consecuencia reasumió el enriquecimiento de uranio. Un genuino interés en impedir el desarrollo de armas nucleares en Irán y la escalada de la tensión guerrera en la región debería llevar a Washington a implementar el convenio de la Unión Europea, a estar de acuerdo con negociaciones que tengan sentido y a unirse con otros para impulsar la integración de Irán en el sistema económico internacional.
Distribuido por The New York Times Syndicate