No es por falta de señales y advertencias, en una carretera de apenas dos carriles, que muchos suelen rebasar en curva. Lo hacen por diversas razones, aunque el denominador común sea el andar demasiado apurados.
Unos, por ejemplo, piensan que no ha de venir nadie rebasando también desde el otro extremo de la curva. O que, si eso ocurre, a ellos no les va a faltar tiempo o pericia para adelantarse y esquivar a los que vienen en sentido contrario. Confían demasiado en sí mismos o en la buena suerte.
Otros –quizá menos audaces y más simplones, pero igualmente irresponsables– han oído decir que se puede rebasar siempre que no vean algún peligro o impedimento por delante. Y como no lo ven, porque recién están al comienzo de la curva... simplemente rebasan.
La figura del párrafo anterior puede servirnos como símil, para ver mejor el camino postelectoral que aún estamos transitando. Nos falta recorrer del mismo una pequeña curva de incertidumbres, de la que iremos saliendo a mediados del mes próximo. Solo entonces quedarán paulatinamente despejadas ciertas incógnitas, con la posesión de sus cargos y el inicio de sus funciones de los recién elegidos al Congreso Nacional, así como a la Presidencia y a la Vicepresidencia de la República. Todos por un mismo período constitucional de cuatro años, del 2007 al 2011.
¿Deberíamos incitarlos a que algunos de ellos rebasen esa curva irresponsablemente, invadiendo vía ajena, sin importarnos que lo hagan, chocando, atropellando o empujando fuera del camino a otros que vienen, con igual derecho, por la misma carretera? ¿Deberíamos alentarlos a ese procedimiento, en desmedro abierto o encubierto del juramento de respetar su título de conductores políticos sometidos a las normas constitucionales? ¿O más bien deberíamos procurar todos un cambio de actitud, de respeto irrestricto al Estado de Derecho, como base fundamental que pueda sustentar con firmeza los demás cambios políticos, económicos y sociales que anhelamos?
Con cierta razón se ha dicho que aún no se posesiona el nuevo Presidente Constitucional de la República y ya se lo está amenazando con destituirlo de su cargo. Pero con no menor razón también podría decirse que aún no comienza sus funciones el nuevo Congreso Nacional y ya se lo amenaza con desconocer sus facultades privativas y dar paso ad referéndum, de modo groseramente inconstitucional, a un ente con potestades omnímodas y arbitrarias, capaz de disolver el Congreso Nacional. Todo esto suena a querer rebasar en curva de ambos lados. Aunque vale distinguir que la primera de tales amenazas está condicionada a que el Presidente Constitucional de la República no se exceda de sus facultades regladas. En tanto que la segunda amenaza, aquella contra el Congreso Nacional, es pura, simple e incondicional.
Valga aclarar, para terminar, que el Estatuto Electoral de la Constituyente que se pretendería consultar a los ciudadanos, para que lo refrendan con su eventual aprobación, equivale a una Ley Especial de Elecciones, que no puede dictar sino un dictador, jamás el Presidente Constitucional que no esté expresamente facultado para ello... por más que la dicte ad referéndum, es decir para que la refrende la ciudadanía en consulta popular. Porque si es inadmisible que pueda darse una Asamblea Constituyente originaria, de plenos poderes, omnímoda –o de “tema libre” o “cheque en blanco” como algunos lo llaman–, mientras rige una Constitución Política que no la contempla, con mucha menos razón es admisible que el Presidente Constitucional dicte arbitrariamente, por sí y ante sí, leyes ad referéndum.