Hace muy pocos días Ángel Guevara, un buen amigo, me envió una anécdota  interesante.  “Continente o contenido”, son palabras que resumen el relato y son términos que traen a mi mente las clases de filosofía del obispo chileno Cándido Rada S., fallecido no hace mucho en la ciudad de Guaranda; el obispo era un filósofo devoto de Aristóteles y de Santo Tomás, por eso es que resulté, como otras de “mis circunstancias”, un pensador dependiente de las categorías escolásticas y tomistas. Bueno, amigas y amigos, vamos al relato, lo ofrecido es deuda.

En cierta ocasión un grupo de ex alumnos visitó a su antiguo maestro a quien admiraban, respetaban y con frecuencia buscaban para tratar temas en los que el profesor era muy docto. Esta vez querían pautas sobre cómo combatir el estrés, plaga de la modernidad. Luego de las frases protocolarias, el maestro ofreció café a sus visitantes. De la cocina trajo consigo doce tacitas para café, si bien sus ex alumnos eran siete; había tazas de porcelana, de vidrio, de cerámica, de plástico, algunas muy finas, vistosas y muy caras; finalmente apareció un termo con el ansiado café; cada joven escogió una de esas tazas y recibió el café servido por su maestro. Mientras ellos saboreaban su exquisito sabor y se deleitaban con el olor de un café muy especial, el anfitrión dijo: ustedes preguntan por las causas del estrés, pues quiero hacerles un pequeño comentario sobre lo que he observado; cada uno de ustedes, frente a la variedad de tazas, se mostró inquieto y mediante un proceso mental de búsqueda escogió la taza que más se adecuaba a su gusto; luego, ustedes comenzaron a mirar las tazas de los compañeros, entrando en pequeñas tensiones innecesarias, pues  lo importante era el café y no la taza. A partir de esta observación se inició una conversación interesante para descubrir la causa de muchas tensiones y conflictos en los cuales, casi siempre, se prefiere lo accidental a lo sustancial, el continente al contenido; recuerdo este momento a mi padre, él no conoció al viejo Aristóteles, mas, en situaciones como estas solía decirnos que era indispensable pensar bien las cosas, él abandonaba proyectos  al sentenciar: “más vale la vaina que el machete” y nosotros, hijos de agricultor, sabíamos que lo importante  era el machete y no la vaina.

El espacio que resta me obliga a resumir conceptos: cuando por las apariencias (joyas, carros de marca, lujo, el “qué dirán”, dinero y más dinero, roce social, ostentación, vanagloria, etcétera) se sacrifica la vida propia y de los hijos, entonces lo superfluo se convierte en lo fundamental; padres de familia que por tener dinero, más allá de lo necesario, trabajan todo el día o emigran en busca de dinero (sacrificando a sus familias); bajo el señuelo del progreso y la superación, prefieren lo material a la vida; estas personas, tal vez, cuando lleguen a tener dinero no tendrán vida para disfrutarla o con quién hacerlo, porque la familia entonces se habrá destrozado. Penosa situación, por desgracia, nada rara. La vida merece ser vivida, nada la puede reemplazar.