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No es solo palabra injuriosa contra Dios, personas o cosas santas; es ofensa despiadada a cualquier ser. Los españoles utilizan pintorescas procacidades, se desahogan con la hostia consagrada, la Virgen María, como niños sin malicia. Lo mismo les sucede a los franceses con su furibundo “Cré nom de Dieu!”, “bordel de merde!” (ambas exclamaciones van juntas). No existe  intención de atropellar lo divino.

Pero cuando leo que un artista “conceptual” expone en Nueva York a un Cristo crucificado metido de cabeza en un bocal de orina, me pregunto en qué siglo vivimos. El deseo de llamar la atención exhibiendo cosas que ofendan a millones de creyentes me parece no solo blasfemia sino agravio en contra del humanismo, broma de poca monta. Deploro la falta de creatividad en semejantes “obras”. El Código Da Vinci no trajo mucho a la literatura, a la investigación universal. La ética consiste en valorar los actos humanos. Si un ateo ataca a Dios se ubica en una posición absurda. No  puede blandir el puño hacia un ser que, según él, no existe. Si un creyente no acata los preceptos profundos de su religión sino solamente los ritos sociales (misa, limosna repentina, primera comunión gastronómica, matrimonio rimbombante convertido en exhibición de oropeles, alhajas, bufé exótico), cae en la más estúpida  incoherencia.

Representantes de casi todas las religiones me mandan continuamente invitaciones para integrar su iglesia. Se critican entre ellos para convencerme. Pretenden poseer la exclusiva verdad. Que se unan todos y creeré en ellos. Sigo pensando que debemos pasar por los seres humanos para llegar al posible Dios. El resto es farsa social o negocio. Veo comulgar a los políticos, a los congresistas. ¿Cuál es el impacto real de su encuentro con Dios en el progreso espiritual de la nación? No me importa en qué cree el ser humano, en quién, sino de qué manera su credo lo impulsa a ayudar al prójimo, a ser honesto consigo mismo. No me interesa que un creyente salga de una catedral, una sinagoga, una mezquita, un templo budista, sino en qué se convierte cuando sale de allí. Lo escribí no sé cuantas veces. Rechazo el calificativo de ateo que ciertos quieren enchufarme. Soy un apasionado buscador de Dios, de alguna energía primera. Me gustaría que todas las religiones se soporten, lo que dista mucho de ser. Los terrícolas son hermanos. El resto es devoción vana, creencia estéril. El amor es ley. Lo que pasa en Líbano, Iraq, Irán, Israel es monstruoso e  infantil: “¡Tú empezaste!”. Por desgracia creen en un Dios diferente.
“En cada niño que matan yace un posible Mozart asesinado” (Albert Camus).

El Nuevo Testamento, el Corán, el Talmud, El libro tibetano de la vida y de la muerte, La importancia de vivir (Lyn-Yu-Tang), Peregrinación a la fuente (Lanza del Vasto), El Principito, llevan  consejos suficientes. Con su consumismo salvaje el “homo sapiens” no progresó: generó mayores inmundicias materiales, audiovisuales. Los animales se volvieron más humanos, recuperando la ternura perdida. Comprendo por qué Beethoven se llevaba mejor con los árboles que con sus semejantes. El planeta Tierra se ha vuelto un basurero.