Todo indica que el primer ministro italiano, Romano Prodi, ha tomado en serio la liberalización de la economía italiana, una de las economías más protegidas de la Unión Europea (UE). Hace pocos días envió al Parlamento una suerte de superdecreto en que se propone permitir la venta en los supermercados de medicinas que no requieren prescripción médica, eliminar los honorarios mínimos que se deben pagar por servicios legales y otros, abrir la posibilidad de que empresas privadas ingresen en el mercado del transporte público e incrementar el número de licencias para taxis. Los grupos defensores del consumidor han aplaudido estas medidas.  Por mucho tiempo los precios han permanecido demasiado altos, ha señalado el ministro del Desarrollo Económico, Pierluigi Bersani, al justificar estas y otras medidas similares que están preparándose.

A esta propuesta le ha seguido la aprobación del Consejo de Ministros del llamado Documento de Programación Económica y Financiera (DPEF) –una especie de plan de trabajo económico que cada año debe el Gobierno enviar al Parlamento– donde se contempla una reducción del gasto fiscal considerable. Con el corte, que afectará principalmente el gasto en salud, Prodi pondrá a Italia por debajo del techo del 3% del déficit pactado por la UE, y que Berlusconi no respetó en sus últimos años de gobierno.

El objetivo del programa económico, ha dicho Prodi, es liberalizar la economía italiana. “Esta maniobra del Gobierno permitirá que Italia pierda 10 kilos de grasa y gane 5 kilos de músculo”, sentenció el Primer Ministro. Sin embargo, al interno del Gobierno los partidos de izquierda han comenzado a tomar distancia. Pero, gracias a las reformas que introdujeron una dosis de presidencialismo en el sistema parlamentario, Prodi debe concentrarse ahora en obtener el apoyo del Parlamento en su integridad sin depender exclusivamente de la coalición que lo llevó al poder.

¿Cómo es que Prodi, un líder de la centro izquierda, busca la liberalización económica? ¿No es este un discurso propio de  un líder de derecha, como Berlusconi, por ejemplo? El caso de Prodi no es diferente al de otros líderes europeos –Blair en Inglaterra, Rodríguez Zapatero en España, etcétera– o de América Latina –Lula en Brasil, Tabaré en Uruguay o Bachelet en Chile– que no encuentra una contradicción entre una economía liberalizada, abierta y dinámica, y una política social de bienestar y seguridad. Es más, no solamente que no hay contradicción sino que lo uno condiciona a lo otro. Una economía liberalizada es necesaria para llevar adelante políticas sociales serias y duraderas. Sobre economías ineficientes y cerradas es impensable combatir la pobreza.

Pero, ¿no hubo ya suficiente liberalización bajo Berlusconi para que ahora Prodi emprenda el mismo camino, pidiendo incluso sacrificios a los italianos?
Lamentablemente, bajo Berlusconi hubo más ruido que nueces en materia de reformas estructurales. Ruido que simplemente ocultó un proceso de voraz concentración económica en manos de un multimillonario inescrupuloso que simplemente supo aprovecharse del hastío que invadió a los italianos frente al colapso de la partidocracia de la posguerra.