Nicanor de J. Alejandro ha dado a la estampa un libro que resume el trabajo de un poeta para quien los temas eternos constituyen el centro de su vida: el amor, la muerte, los regresos, asoman sus rostros, para dar testimonio del soñar y del ser hombre.
Aunque nos vemos muy de tarde en tarde, he seguido permanentemente la pista de Alejandro desde los años en que estudiábamos en el colegio nacional Vicente Rocafuerte. Aunque no fuimos compañeros de aula, solimos aprovechar toda ocasión para charlar sobre lo que nos apasionaba: la literatura, y en particular la poesía. Para esos días nos interesaban más la política que las materias incluidas en el pénsum de estudios.
Merced a ese amor por las letras dirigimos –en años diferentes– el periódico vicentino Nosotros y afirmamos nuestras vocaciones por la palabra impresa. En sus páginas quedaron, como señales de un navegante por la juventud, los pronunciamientos políticos contra el nazismo, que extendía sus garras contra la democracia.
Nicanor ha seguido también al pie de la trinchera periodística. Todos los diarios guayaquileños han dado afectuosa acogida a sus crónicas, escritas en parte bajo el seudónimo de Janiro Calerna o bajo su propio nombre.
Nicanor no solo es abogado por su título universitario, sino también porque asume en cuanto escribe la defensa de los atropellados por esa aplanadora que es el Estado con sus abusivos mandamases de turno.
En la vida literaria de las recientes generaciones hay que marcar con piedra blanca la publicación reciente del libro Anclas de la ternura, de este autor. Y celebrar el retorno a la vigencia de un poeta experto en esa especie de magia que es la poesía de amor.
Puede decirse mucho de un texto literario, pero mejor es dar una muestra del mismo. “Para muestra basta un botón”: Vayan dos, falta de uno. “Mientras afuera van y vienen/ vientos desesperados/ danza una estrella solitaria en la noche girando” (Divagaciones). “Silenciosa,/ silente,/ suavemente,/ susurrante,/ como que no hicieras nada,/ como en éxtasis,/ llegas de un momento a otro,/ inesperadamente/ y siempre/ a remover estas viejas lámparas/ con que se alumbra mi tristeza” (Tú).
Mi madre, poema en prosa que –en mi opinión– se ubica entre lo mejor del libro, demuestra las cualidades excelentes que tiene Alejandro para esta forma literaria que tantos esfuerzos requería de Neruda, según testimonio del último amor del gran chileno; pero de aquel esfuerzo surgieron páginas excepcionalmente bellas.
Nicanor Alejandro virtualmente irrumpió en nuestra literatura al ganar el Primer Premio Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño convocado por este Diario en homenaje a su fundador. La bella edición de esta obra ha sido realizada por la editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Núcleo del Guayas.