La aspiración más perceptible de la celebración del centenario del prodigio, narrado por algunos alumnos y maestros del Colegio San Gabriel de Quito, es la de promover una educación de calidad para todos.
No es una aspiración sencilla; no se la puede lograr en un abrir y cerrar de ojos. El primer paso debiera ser el de ponerse de acuerdo en la imagen de hombre y de mujer que se quiere formar.
Benedicto XVI observó ante representantes de 42 países –ministros de educación, oficiales de gobiernos, rectores de universidades de Europa, América y Asia–, así como ante representantes de organizaciones internacionales, que “la cuestión fundamental hoy como ayer sigue siendo la antropológica”. “¿Qué es el hombre?”, “¿De dónde viene?”, “¿Adónde tiene que ir?”, preguntó el Papa. El Papa plantea la necesidad de aclarar cuál es la concepción del hombre, que se encuentra en el fundamento de los nuevos proyectos.
El contenido de estas preguntas ya ha sido planteado por educadores, estadistas, por humanistas: ¿Qué imagen de persona orienta a los educadores en su tarea de formación? ¿La de un individuo encerrado en la defensa de sus intereses y en la perspectiva materialista de los mismos? ¿Los orienta talvez la imagen de una persona abierta a la solidaridad con los demás?
La respuesta debe ser fruto de estudio, de consulta, de examen de experiencias, realizados sin la presión de intereses personales o partidistas. La experiencia de otros países nos dice que es posible un acuerdo, al menos, en un lineamiento mínimo, porque, en fin de cuentas, todos coincidimos en los rasgos fundamentales de lo que es una persona humana.
Toda persona de buena voluntad descubre que estas preguntas son indispensables y que la respuesta a las mismas tiene que ser objeto de una política de Estado, que no cambia con el vaivén de presidentes y ministros.
Hasta hace un siglo la teología y la filosofía ocupaban casi todo el campo del saber humano; por eso la educación estaba confiada al clero. Al mismo tiempo, en torno a lo religioso nos identificábamos, nos encontrábamos o desencontrábamos. Fue un adelanto el que las ciencias fueran ocupando el campo del saber y surgieran nuevos elementos sociales, como caminos y comercio; en consecuencia surgió un nuevo orden político y educativo. La libertad religiosa hubiera podido ser la perla del nuevo orden; desgraciadamente, por limitaciones de unos y otros, a la cuasi exclusividad sucedió la exclusión de lo religioso; exclusión que afecta más a los pobres.
Ha llegado el momento de evaluar el resultado de haber excluido de la educación los valores y su fundamento, y de haberla reducido a enseñar cómo hay que hacer y de haber descuidado el qué hay que hacer. No se trata de volver al pasado, sino de ponernos de acuerdo en una imagen, al menos mínima, de hombre y de mujer, que hay que formar. Se trata de respetar la libertad, también, de los pobres, no solo de los que pueden pagar impuestos y pensiones.