Desde que en 1906 el presidente Manuel Montt ordenara su creación, la pesada puerta de pino de la calle Morandé 80 se convirtió en el acceso privado de los presidentes chilenos al Palacio de La Moneda. Por la puerta de Morandé 80 ingresó en la mañana de ese aciago primer 11 de septiembre, el de 1973, el presidente Salvador Allende; por la puerta de Morandé 80 esa tarde los militares que traicionaron la democracia sacaron su cadáver. Ese día, por espacio de seis horas, por aire y tierra, cientos de soldados tras miles de disparos de artillería e infantería, siete ataques aéreos consecutivos y 18 misiles de los Hawker Hunter destruyeron el Palacio de La Moneda, que quedó en simbólicas ruinas hasta que en 1981 Pinochet lo volvió a ocupar como sede de gobierno. Pero, donde estaba la puerta de Morandé 80 ordenó que se construya un muro de hormigón.
Obvio, no la necesitaba como acceso: los dictadores entran siempre por la ventana.
Pasaron muchos años, varios de oprobio y otros de construcción de la democracia, hasta el día en que se celebró la ceremonia que recordó el trigésimo aniversario del Golpe de Estado. En ella, el 11 de septiembre de 2003, en un acto especial, el presidente Ricardo Lagos reabrió la tradicional puerta de Morandé 80, fiel a la original que los militares desaparecieron, e ingresó por ella al Palacio de La Moneda. Esa entrada fue un símbolo de la afirmación de los valores de la democracia por encima de los horrores de la dictadura, que confirmaron sus palabras consignadas en el libro de visitas que se dispuso en el lugar: “Reabrimos esta puerta para que vuelvan a entrar las brisas de la libertad que han hecho grande a nuestra patria”.
Un dato no menor de ese acto: cuando Lagos procedió a reabrir la puerta de Morandé 80 lo flanqueaban dos impecables miembros de la guardia presidencial. No era accidental que esos miembros fueran dos mujeres. La última encuesta del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo del año 2005 constató que para el 83% de los chilenos el cambio más notable en su país era la irrupción de la mujer en el ámbito público; la elección de Bachelet confirmó este avance democrático. Hoy, Chile es uno de los tres países en el mundo (con España y Suecia) que gozan de un Gabinete de Gobierno con paridad de género.
En este contexto, la admiración rendida que muchos le tributan al desarrollo económico chileno suelen ignorar, en principio, que tras las cifras golosas de su macroeconomía se oculta uno de los países de mayor desigualdad en el mundo (una asignatura pendiente que Bachelet quiere asumir) y, por encima de todo, que ese desarrollo de su economía tiene un paralelo en los lentos y complejos procesos de construcción democrática en los que un papel importante lo desempeñan la memoria, la verdad y la justicia. Son estos los necesarios compromisos de consenso que tienden hacia el integral desarrollo democrático al que toda sociedad civilizada debe aspirar y de los cuales, los jerarcas del reino de la impunidad y la desmemoria de este país tienen todavía mucho que aprender. La metáfora que nos lega una pesada puerta de pino no deja de ser una interesante lección que bien deberíamos aprovechar.