Entre las muchas sorpresas que me llevé cuando estuve en Barcelona, una de ellas fue una frase dicha por un miembro de los Mozos de escuadra (policía autónoma de Catalunya): “¿Quiere usted información o desea conocimientos?”. Venida de un miembro de las fuerzas del orden, mi asombro fue mayúsculo. Informar es tener datos, elementos de juicio, pero conocer supone la relación existencial. Conocer algo demanda una experiencia concreta. Conocer el sufrimiento, la alegría, el amor, la pena y la nostalgia. Conocer una persona supone respetarla, aceptarla diferente. Solo quien ama conoce realmente. Y en mis prejuicios internos, la policía está para reprimir y condenar, no para amar y respetar.

Poco tiempo después sucedió algo que de nuevo sacudió mis certezas. Estaba sentada en un pequeño bar de esquina tomando un café. Un anciano se sentó en un taburete en la barra y colocó su billetera en el banco de al lado. Segundos después entró un muchacho de unos doce años, rubio, migrante. El salonero lo alejó con voz destemplada. De pronto el abuelo grita que se han llevado su billetera… Minutos después veo nuevamente al muchacho que había cometido el robo, parado en la puerta con un niño a su lado. Un hombre joven les hablaba y salió caminado con ellos. Los seguí. Caminaron unas dos cuadras. Antes regresaron a devolver la billetera al encolerizado dueño. Me extrañaba que no intentaran escapar y que el diálogo pareciera ameno. Se trataba de un mozo de civil que no solo intentaba tener información sino conocer. ¿Quiénes eran estos niños, de dónde venían? Eran rumanos, aparentemente solos en la ciudad; el policía los dirigió al departamento que podía  brindarles ayuda para que entiendan la responsabilidad de sus actos.

Por lo tanto mi asombro continuó cuando le pregunté a otro mozo de escuadra cómo había pasado las vacaciones. Sabía que el año anterior había disfrutado de un crucero con su esposa y su pequeña hija. “Este año hicimos unas vacaciones solidarias”, me respondió. “Recibimos en la casa un muchacho rumano, que no hablaba español. Se entendió muy bien con  mi hija de 3 años, fue más difícil con los mayores, le costaba comprender los límites,  le resultaba difícil compartir, pero terminamos entendiéndonos, hizo amigos en el barrio y creo que fue una buena experiencia”.

Y nosotros, ¿conocemos a los niños y jóvenes problemas de la ciudad y el país? ¿Quién tiene el coraje de invitar a  un joven pandillero, con un probable futuro delincuencial si no se le tiende una mano, a su casa un mes para vivir integrado a una familia y permitirle experimentar algo diferente a su realidad cotidiana? ¿Quién, más allá del riesgo que atemoriza, es capaz de conocerlos con respeto, con exigencias, con las reglas que pone el amor? ¿Quién está dispuesto a aceptar todas las incomodidades y desajustes familiares que esto implica? ¿Quién quiere aprender algo de ellos? Cercanos al tiempo de Navidad, por lo menos en los escaparates de los negocios, ¿no sería interesante declararse padrino de un joven en riesgo y asumir parte de su educación o de sus necesidades vitales, incluyendo invitarlo a celebrar la Nochebuena, para que esta sea una buena noche para todos? En este mundo, que a decir de Galeano nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos, podría ser el comienzo de una aventura humana fascinante.