Desde que se planteó la posibilidad de acuerdos financieros y petroleros con Venezuela, ha surgido paralelamente una controversia acerca de la conveniencia o no de aceptar las propuestas de Hugo Chávez, para algunos indecorosa, ya que se piensa que lo que se quiere vender es un proyecto político arbitrario, incómodo y expansivo, una mera fachada del supuesto socialismo del siglo XXI, que no es sino otra cosa que un despilfarro populista que va de la mano del ego de Chávez.

El pueblo venezolano no piensa así. Una encuesta reciente revela que el 71,8% de los venezolanos aprueba la gestión de Chávez, el 58,7% tiene confianza en el gobernante y el 54,7%  votaría por él en las próximas elecciones presidenciales que se celebrarán luego de diecisiete meses.
Se señala que la aprobación de su gestión está fortalecida por el impulso que ha dado Chávez a varias campañas de salud y educación, las cuales se han fortalecido gracias a la bonanza petrolera de los últimos años; hay quienes señalan, sin embargo, que Chávez no ha producido ningún cambio profundo en las estructuras económicas y sociales y que más bien, la pobreza ha aumentado de forma progresiva, lo que no ha impedido que el apoyo ciudadano se mantenga de forma mayoritaria a favor del mandatario.

Ese respaldo es especialmente sugerente si se recuerda que el gobierno de Chávez tuvo que enfrentar, casi de forma cotidiana, a una oposición importante que durante un buen tiempo movilizó a miles de ciudadanos, creando un clima de desconcierto y de desconfianza, a lo cual debe agregarse el fallido golpe de Estado que fue superado por Chávez con gran habilidad política. Pero fue su triunfo en el referéndum revocatorio presidencial lo que le permitió a Chávez consolidar finalmente su poder, pues ese ejercicio democrático fue el que reveló que la mayoría de venezolanos preferían que permanezca en la presidencia, pese a las enormes movilizaciones que presagiaban una cruel derrota para Chávez en el referéndum.

Se critica que a partir de ese momento, Chávez ha manipulado una enorme concentración de poder, incluyendo varios desaciertos legales como la legislación contra la libertad de prensa y ciertos derechos civiles, lo que sumado a su retórica contra los Estados Unidos y su deseo de expandir su influencia por cualquier medio a los países de la región, lo han convertido en un gobernante incómodo para algunos y alabado por otros. El subsecretario de Estados Unidos, Roger Noriega, señalaba en días pasados que Chávez y Castro manejan a Bolivia, lo cual por cierto es una exageración más allá de la escasa confiabilidad que sugiere Evo Morales, político boliviano tan cercano a Chávez. En resumen, con Chávez hay que manejarse prudentemente, lo que no significa dejar a un lado las posibilidades de cooperación que con Venezuela se abren. Tener los ojos bien abiertos, pero eso vale también para otros países amigos, tan buenos, supuestamente.