Posteriormente a la caída de Lucio Gutiérrez, surgieron varias voces, entre ellas la del presidente Palacio, señalando que había llegado la hora de refundar la República, haciendo alusión a la expectativa ciudadana de dar un viraje radical al ejercicio democrático de la nación. En esos momentos, la gente generalmente piensa que ha llegado el momento clímax, decisivo, en el cual se podrán tomar decisiones definitivas que borren todo lo malo que existe en el país, lo que posibilita pensar que la refundación no es una utopía sino un cambio posible y real.

Desafortunadamente, ni los más ardientes convencidos de la refundación sabían  en su momento qué mismo significaba aquello, lo que convertía a esa proclama en una iniciativa pretenciosa y desprolija. Conociendo nuestra cultura política, posiblemente sería más fácil revivir a quienes integraron la primera constituyente de Riobamba. Para pensar en una verdadera refundación, hay que primero  buscar una reforma integral, absoluta del sistema educativo que permita, luego de un periodo prolongado, consolidar una real transformación nacional. De lo contrario, la refundación se convierte en una simple excusa que debe repetirse cada vez que hay un cambio repentino de gobierno, casi como si ustedes quisieran que les cuente el cuento del gallo pelón. ¿Quieren que les cuente el cuento de la refundación? Sííí. No, no les pregunté eso.

Precisando aquello, resulta necesario que el gobierno, los políticos, los analistas empiecen a decir las cosas por su nombre. La reforma política, si es bien concebida y ejecutada, no va a ayudar a refundar la República, basta que sirva para rescatar dos palabras mágicas de la vivencia democrática: gobernabilidad e institucionalidad. Si a eso contribuye la reforma política, sintámonos satisfechos, pues hace muchos años, entre asambleas constituyentes y otros desaciertos, nos han ofrecido reformas que han servido muy poco, lo que ha contribuido a crear, entre otras cosas, esa habitual insatisfacción respecto de lo que significa democracia. Puede ser que resulte difícil hablar de gobernabilidad e institucionalidad, pero ese debería ser el gran objetivo de la reforma política.

En ese contexto, hay que exigir al gobierno un liderazgo claro en las preguntas que posibiliten posteriormente la reforma política. El difícil ejercicio del poder y la debilidad de las instituciones demandan una reflexión oportuna y sin prejuicios respecto de lo que realmente necesita el país. Por eso ha hecho bien el  gobierno en plantear una línea inicial de preguntas que contempla aspectos básicos como la elección distrital, la autonomía y la revocatoria del mandato presidencial, sin perjuicio de otras relacionadas a la integración de las instituciones de los poderes del Estado. Ahora se dice que los grupos y ciudadanos que presentaron sus proyectos al  Conam se sienten “sorprendidos” por la decisión del gobierno.
Habrá otros que se resentirán, sea por sensibilidad o delicado ego. Sin embargo, el gobierno ha hecho lo correcto. Sin esa iniciativa, seguiremos hablando de la refundación de la República, que es el mismo cuento del gallo pelón, en otra versión.