Había una vez una familia de siete miembros cuyas cabezas decidieron ser democráticas al escoger las vacaciones de los próximos años. Resolvieron que los cinco hijos fueran quienes tomaran la decisión. Al principio, las decisiones las tomaba el padre. Sentían que aquello era autoritario. Luego, escogían padre y madre. Se sentían menos autoritarios. Finalmente, al optar por aceptar la decisión de la mayoría, sintieron que habían propiciado una familia democrática y que por tanto cumplían a cabalidad su papel de padres.

El primer año, tres de los hijos querían ir a la playa y los otros dos a la montaña. Optaron por la decisión de la mayoría y fueron a la playa. Al año siguiente decidieron hacer lo mismo. Tres de ellos, los mismos, escogieron otra vez la playa. Tomada la decisión, algunos se sintieron satisfechos (la mayoría), por ser democráticos. Entendían que la democracia era el gobierno de las mayorías. El tercer año, nuevamente el ejercicio, y otra vez tres de ellos escogieron la playa. Nuevamente estuvieron felices, por vivir en su familia una auténtica democracia.

Esta visión de democracia como gobierno de las mayorías es precisamente la que en el Ecuador ha primado. Sin embargo, ¿parece justo que dos de los hijos tengan que siempre aceptar la decisión mayoritaria y sentirse felices por tomar decisiones democráticas?

Esta visión de democracia ignora que la felicidad de la familia no se logra imponiendo a las minorías la decisión mayoritaria. ¿Acaso esta familia debe sentirse feliz teniendo hijos de primera (los tres que deciden) e hijos de segunda (los dos que se resignan democráticamente a aceptar la decisión de sus hermanos)?

La democracia actual exige una profunda transformación. La felicidad de la familia se logra cuando esta es entendida como la suma de la felicidad de todos.

¿Cómo lograr la felicidad de todos? A través de los consensos. La democracia no es otra cosa que el sistema que permite obtener consensos. Solo los consensos permiten la satisfacción de los intereses y el bienestar de todos y cada uno. El fundamento es sencillo. Todas las personas son partícipes de un atributo universal: la dignidad. Y es precisamente esa dignidad la que exige el reconocimiento pleno de los derechos y entre ellos, principalmente, aquellos llamados fundamentales: la vida, la libertad, la igualdad, la seguridad, etcétera.

Es tiempo de cambiar de paradigma. Es urgente pasar del reconocimiento de la dignidad de la mayoría a la dignidad de todos. Esto se logra con los acuerdos fundamentales que se recogen en una norma jurídica: la Constitución. Precisamente por ello se ha dicho, con mucha razón, que la Constitución no es otra cosa que el instrumento jurídico que recoge los consensos de toda la sociedad. Tal vez aquí se encuentre la explicación del porqué en Ecuador la Constitución no sirve ni ha servido para nada. No somos una sociedad democrática. Somos una sociedad que no ha entendido lo que la democracia realmente significa. Creo que esa es la asignatura pendiente de nuestro tiempo.

*Director general de Goberna y Derecho.