En Quito, nadie está acostumbrado a aplaudir tres horas a un artista. Pero el despliegue de vitalidad, fuerza, encanto y ‘meromachismo’ mexicano de Vicente Fernández es suficiente para que ese fenómeno ocurriera el vienes, en el coliseo Rumiñahui.

Fernández luce imponente con su traje habano, sus botas negras y su revolver dorado. Hay un pequeño momento de duda al ver que el coliseo no estaba lleno.
Pero basta que su voz modulara las primera estrofas de una canción vieja, que todos conocen pero que nadie sabe cómo se llama, para apaciguar esa duda.
Cuatro mil voces lo acompañan como si fueran ocho mil.

“Mientras no dejen de aplaudir, su Chente no va a dejar de cantar y desquitar lo que pagaron”, dice golpeándose el pecho con el puño cerrado. La gente grita, los mariachis blanden sus instrumentos y suenan Si acaso vuelves otra vez, Te bendigo y otras dos canciones, con versos cálidos.

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 La voz de charro tenor tiene que cantar Mujeres divinas. Así llega el momento de hablar de tequila, de mujeres traicioneras, de hombres engañados... Y otro trago más para cantar Nuestro Juramento, al mando de Enrique Cortés, en el requinto.

El Mariachi Azteca lo sigue. Chente da la señal: “Vamos muchachos”, dice quitando el efecto tenor y poniendo un acento mexicano inconfundible. Pos me cae que va a cantar algo estremecedor: Si nos dejan... van 16 canciones, 17, a la 18 agradece a los colombianos que lo han ido a ver. Ahí, medio coliseo grita eufórico.

Los paisas levantan sus botellas de aguardientico y brindan con él. Chente toma tequila y empieza a entonar El rey... “pero en Quito, yo me siento un rey”, canta y se reconcilia con la otra mitad.

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Se toma un respiro. Anuncia que vino con el mayor de sus potrillos , y sale un tipo flaco, vestido de negro... no es Alejandro Fernández, es Vicente Jr. que empieza a cantar Ánimas y de pronto, el escepticismo se convierte en aplausos para cuatro canciones más. Se besan, es un beso a dos bigotes, de padre a hijo.
Que quede claro, fue bien machote.

Para rematar, Vicente Fernández se esfuerza por entonar otros 17 temas. Desde ese momento toma 23 tragos más. Es más, después de cantar De qué manera te olvido, pone una mesa adornada con ponchos rosamexicanos y se sienta a cantar, como si  estuviera en un cantina.

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Ya ha hablado de la amistad, de que los ricos son los más pobres, que las mujeres son hermosas, que el tequila es lo mejor, que fue pobre de pequeño y que no merece los aplausos del público y se pone a llorar en el escenario... pero se repone y canta su mejor tema: Y volver, volver, volver.... “¡a mi Quito, me cae que voy a volver!”. Se toma la del estribo. Está llorando, la gente está en la cresta del éxtasis, en plena sobredosis de rancheras.