Tony Blair, por el contrario, estuvo solo. No tuvo un verdadero grupo de apoyo en el cual respaldarse. Ni siquiera estoy seguro de que su esposa lo apoyara sobre la guerra en Iraq.
Los columnistas de The New York Times no tenemos permitido apoyar a candidatos a la presidencia de Estados Unidos. Solo la página editorial hace eso. Pero al revisar el manual del columnista, no encontré ninguna prohibición de apoyar a un candidato a primer ministro de Gran Bretaña. Por ello, oficialmente estoy respaldando a Tony Blair.
Nunca he conocido a Blair. Pero al leer la prensa británica, me parece que no es muy amado por Fleet Street. No es muy amado por el ala izquierdista de su propio Partido Laborista tampoco, y ciertamente no tiene simpatizantes en las bancas conservadoras. Sin embargo, parece encaminarse a la reelección para un tercer periodo el 5 de mayo.
En realidad, creo que la historia calificará a Blair como uno de los primeros ministros británicos más importantes, por lo que ha logrado en su país y por lo que se ha atrevido a hacer en el exterior. Hay mucho que el Partido Demócrata de Estados Unidos podría aprender de Blair.
Primero, no se tiene que ser un conservador para ser un político de convicciones. Durante años Blair fue ridiculizado por la prensa como “Tony Blur” (por el término en inglés para “indistinto”), un hombre sin principios fijos, todo ladridos pero sin morder, quien disfrazó al Partido Laborista de “Nuevo Laborismo”, como si pusiera lápiz de labios a un cerdo, pero nunca realmente tomó decisiones difíciles o hizo cambios difíciles. La realidad es bastante diferente.
Al decidir que Gran Bretaña apoyara al presidente George W. Bush en la guerra en Iraq, Blair no solo desafió al abrumador sentimiento antibélico de su propio partido, sino a la opinión pública en Gran Bretaña en general. “Blair corrió el riesgo de una total autoinmolación por un principio”, señaló Will Marshall, presidente del Instituto de Política Progresista, un grupo de análisis estadounidense de tendencia demócrata.
Recordemos que en las horas más oscuras del drama iraquí, cuando las cosas parecían desastrosas, Bush siempre pudo contar con el apoyo de su propio partido y la maquinaria de medios y grupos de análisis conservadores de Estados Unidos. Tony Blair, por el contrario, estuvo solo. No tuvo un verdadero grupo de apoyo en el cual respaldarse. Ni siquiera estoy seguro de que su esposa lo apoyara sobre la guerra en Iraq. (¡Sé cómo se siente!).
No obstante, Blair asumió la posición de principios de derrocar a Saddam y mantener a Gran Bretaña firmemente alineada con Estados Unidos. Lo hizo, entre otras razones, porque creía que el avance de la libertad y la derrota del fascismo –ya sea fascismo islámico o fascismo nazi– eran objetivos de política exterior “liberal” esenciales e indispensables.
La otra cosa real que Blair ha hecho es llevar al Partido Laborista de Gran Bretaña a aceptar firmemente el libre mercado y la globalización, en ocasiones a regañadientes. Ha reconfigurado la política laborista en torno a un conjunto de políticas diseñadas para obtener lo más posible de la globalización y la privatización para los trabajadores británicos, mientras amortigua los efectos colaterales más duros, en vez de tratar de aferrarse a las ideas socialistas en bancarrota o revolcarse en el antiglobalismo de la izquierda reaccionaria.
La economía británica fuerte que Blair y su hábil ministro de Finanzas, Gordon Brown, han creado ha llevado a un gasto en salud y educación –así como en transporte y en ley y orden– que ha aumentado “mucho más rápidamente que bajo el gobierno de los conservadores”, señaló The Financial Times el miércoles. “El resultado han sido numerosas escuelas nuevas y remodeladas, decenas de hospitales nuevos, decenas de miles de empleados extra y mucho equipo nuevo”.
Y estas mejoras, que aún tienen un camino que recorrer, se han logrado hasta ahora con pocos aumentos de impuestos. La vibrante economía británica y sus programas de fomento del empleo han resultado, a su vez, en el desempleo más bajo en Gran Bretaña en 30 años. Esto ha llevado a una más alta recaudación de impuestos y ayudado al gobierno a pagar su deuda nacional. Esto, a su vez, ha ahorrado dinero en intereses y beneficios de desempleo; dinero que se ha destinado a servicios, explicó The Financial Times.
Los demócratas estadounidenses pudieran aprender mucho de este ejemplo. Su ambivalencia hacia la globalización y el Nuevo Trato que Estados Unidos necesita para hacer de los estadounidenses trabajadores más calificados en un mundo sin fronteras, y sus inconsistencias hacia una diplomacia vigorosa, les costó a los demócratas suficientes votos como para permitir que un equipo de campaña de Bush propenso a los errores se las arreglase para ganar en el 2004. Si Blair gana en Gran Bretaña, espero que los demócratas en Estados Unidos estén tomando notas.