Hoy, Viernes Santo, dejaré de lado el tema político, a pesar de que sigue siendo el asunto central de este país a la deriva, pues, ante las violaciones constitucionales y legales perpetradas y sin la vigencia plena del Estado de Derecho, no es posible articular ninguna acción coherente, ni siquiera aquellas indispensables en favor de los más pobres.

Pero, curiosa y sorprendentemente, esta situación de indefensión personal y de impotencia jurídica que vivimos no parece preocuparle a algunas personas, por la simple razón de que otros políticos ya auspiciaron antes eventos similares, lo que equivale a decir más o menos así: si antes hubo infractores y no los persiguieron, ¿por qué quieren perseguir a los infractores de ahora? ¿No les parece un razonamiento peregrino?

Dije que no iba a tratar de política pero casi sin darme cuenta los dos primeros párrafos han sido de lo mismo. En verdad, lo que quiero es comentar brevemente el caso de Terri Schiavo, epicentro de una polémica en Estados Unidos –y en el mundo– por la decisión de un juez de desconectar el tubo alimentario que la ha mantenido viva durante los últimos 15 años luego de que sufrió un accidente cerebro-vascular por “un nivel altamente reducido de potasio en su cuerpo” seguido de “un estricto régimen de pérdida de peso”. Vive o malvive en una tetraplejia absoluta.

Aunque el caso es uno de naturaleza jurídica, en el fondo lo que se discute son aspectos filosófico-religiosos acerca de la eutanasia, tema que ha hecho correr ríos de tinta desde hace muchísimos años, pues hay quienes no aceptan la posibilidad de ayudar a acelerar la muerte de persona alguna aunque sea para evitarle sufrimientos, con su consentimiento o sin él.

Así como algunos estados han fijado en sus leyes nacionales el momento en que ocurre la concepción, deberían convenirse, también a nivel estatal, determinadas reglas o procedimientos para establecer que las personas sin autonomía vital, que no pueden expresarse, que no responden a ningún estímulo, que están verdaderamente “muertas en vida”, puedan ser desconectadas, si un juez o sus familiares íntimos lo deciden, de las máquinas que las mantienen en forma artificial, lo que evitaría padecimientos al paciente y a quienes le quieren, todo lo que expresaría alguna forma de piedad. Claro que esto va contra la religión porque solo Dios puede quitar la vida de un ser humano, y además contra las leyes porque la vida es el máximo derecho constitucional del hombre, pero esas leyes poco a poco tendrán que irse reformando ante la demanda social, principalmente porque el sujeto en cuestión no puede ejercer los derechos que dimanan de ellas.

Tal vez el caso Schiavo y la coincidencia del Viernes Santo nos conduzcan a meditar si acaso es una especie de eutanasia no deseada la que está aplicando el coronel Lucio Gutiérrez contra el enfermo y sufrido pueblo ecuatoriano. Con un desgobierno monumental.