La selección de Wolfowitz (para el Banco Mundial) es una bofetada para la comunidad internacional, que deploró ampliamente la invasión a Iraq y el desdén hacia Naciones Unidas que la acompañó.

El New York Times publicó lo siguiente en uno de sus editoriales del jueves 17 de marzo:

Cuando le preguntaron por qué había nominado a Paul Wolfowitz, uno de los principales arquitectos de la invasión a Iraq, como el próximo presidente del Banco Mundial, el presidente George W. Bush destacó en repetidas ocasiones que el subsecretario de la Defensa, Wolfowitz, había estado al frente de una gran organización.

Bush dio la impresión de sentirse ligeramente perplejo   respecto de las inquietudes de que un cargo que tiene que ver absolutamente con la cooperación internacional debería ir a un hombre cuyo trabajo ha indignado a tantas naciones con las que se espera que trabaje.

Incluso aquellos que apoyaron los objetivos de la invasión recordarán el lacerante desprecio de Wolfowitz hacia los cálculos de que la ocupación de Iraq requeriría de cientos de miles de tropas, y su serena convicción de que los soldados estadounidenses serían recibidos con flores.

Al igual que la nominación de John Bolton como embajador de Estados Unidos ante Naciones Unidas, la selección de Wolfowitz es una bofetada para la comunidad internacional, que deploró ampliamente la invasión a Iraq y el desdén hacia Naciones Unidas que la acompañó.

Hubo una época en que Wolfowitz pudo haber dado la impresión de ser una elección razonable. Sirvió durante tres años como embajador estadounidense ante Indonesia durante el gobierno de Ronald Reagan. Y fue el persuasivo comunicador que alguna vez escribió que la seguridad y la pobreza están conectadas y que las soluciones a los conflictos mundiales no yacen necesariamente en el control de armas, sino en la reducción de la pobreza y en el desarrollo económico.

Obviamente, tiene la confianza del presidente Bush, la que va a necesitar para conseguir que las naciones más ricas cumplan su promesa relativa a convertir el 2005 en el año del desarrollo de las regiones más pobres del mundo.

La capacidad del Banco Mundial para hacer el bien es enorme. En muchos lugares de África, Asia y América Latina, los proyectos del Banco son esenciales: abarcan aspectos tales como la construcción de un pozo en una aldea en Malí, para que las jovencitas puedan pasar sus mañanas en la escuela en vez de caminar más de tres kilómetros hasta un río para sacar agua para beber infestada de parásitos, o la construcción de caminos para todo clima que ayudarán a más de 200 millones de personas en la India rural.

Sus decisiones pueden significar la vida o la muerte para cientos de millones de personas. Como organización para el desarrollo, extiende préstamos para curar los fracasos del mercado, financiando proyectos cuyos réditos no atraerían a otros prestamistas.

Por nuestra parte, solamente podemos albergar la esperanza de que Wolfowitz regrese a su previa encarnación en su nuevo empleo. El Banco Mundial requiere de un líder con una pasión por el trabajo, alguien que viva, coma, beba y sueñe con el desarrollo económico y la reducción de la pobreza.

Es un puesto demasiado crucial para que el Presidente estadounidense lo utilice para expresar otro triunfalista punto político.

© The New York Times News Service.