Pinos, no me acuerdo el nombre, pero ustedes saben a quién me refiero, ese ex militar que fue por unos días ministro de Obras Públicas, merece un monumento. Bueno, tal vez exagero: merece por lo menos una pensión vitalicia con el rango de sargento.

Pero que algo merece, merece. Lo malo es que como con Lucio las cosas funcionan al revés, en lugar de hacer que Pinos se sembrara en el bosque de la memoria colectiva, le podó de raíz al pobrecito.

Porque Pinos, el alto, frondoso y florido Pinos, dijo algo que nadie hasta ese instante se había atrevido a decir: que seguiría recibiendo coimas de las compañías constructoras, pero que él las emplearía en el adoquinamiento de callecitas y en el mejoramiento de parquecitos.

¡Eso es hablar claro! O sea, más o menos, la práctica pinística se reduce a esto: si no quieres luchar contra la corrupción, únete a ella. Di que vas a seguir recibiendo coimas, como antes, como siempre, pero que les vas a dar un destino altruista, que una vez puede ser una callecita y otra la formación de una mayoriíta en el Congreso, un nuevo autoatentadito o la organización de una contramarcha. Y ya. Con eso todos sabemos a qué atenernos.

Sí, un monumento mismo creo que está de hacerle.

Porque si todo el mundo actuaría como Pinos, otro gallo nos cantaría y, por fin, habríamos logrado la tan anhelada transparencia en el manejo de los asuntos públicos.

Los diputados que se cambian de camiseta, por ejemplo, explicarían tranquilamente que lo hacen porque el Gobierno les dio unos miles de dólares para que mejoren su nivel de vida. Y, por añadidura, les dio también un carguito en las Aduanas para un hermano que estaba desaduanizado, y un puestito diplomático para un tío que estaba desdiplomatizado. Y todos nos alegraríamos al saber que tanto los diputados como sus familiares pasaron a mejor vida, y hasta velaríamos por su eterna felicidad.

Lo horrible es que mientras todo eso reciben los diputados por abajo, por arriba nos dicen que su cambio de camiseta obedece a lineamientos ideológicos, a principios, a razones éticas. O sea creen sinceramente que nos hacen los pendejos, lo cual es, francamente, repudiable.

Igual, si un juez que recibe una coima para dictar sentencia nos dijera que él la dictó de esa manera porque lo que le ofreció el beneficiario fue más de lo que ofertó la parte contraria, lo único que haría sería transparentar la manera en que actúa la justicia. Con eso, antes de meternos a un juicio mediríamos nuestras fuerzas para saber cuáles son las posibilidades económicas para ganar. Y si no, a correr, por eso de que es mejor que digan aquí corrió que aquí perdió.

Lo horrible es que después salga el juez a decir que su sentencia estuvo sustentada en la ley, cuando solo se basó en los favores que tuvo que pagar o en la orden que tuvo que cumplir.

Entonces, si todos hablarían tan francamente como habló el preclaro Pinos, no tendríamos que andar interpretando cada acción que ejecutan los otros altos pinos que quedan en este tupido bosque que ha crecido en las escarpadas laderas que Lucio, con tanto esmero, ha abonado.