Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos.

¡Zas, crash, pum, tash!

Los buenos, pues, están de retirada. ¡Y eran tan buenos! Tan buenos que, en su momento, sitiaron a la Corte Suprema de Justicia para hacer justicia con su mano buena. Tan, pero tan buenos eran los buenos, que se apropiaron no solo de la Corte, sino también del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo Electoral, para desde allí ejecutar todas sus bondades.

Tan buenos, pero tan buenos eran los buenos que, según se dice, bastaba una llamada del más bueno de los buenos para que un juez bajara la cabeza e hiciera lo que se le dictaba. Tan buenos eran los buenos, que no dejaban que se nombrara contralor mientras este no fuera un hombre de su absoluta confianza. Tan buenos eran los buenos, que no permitían que se designaran los reemplazos de los jueces que faltaban, hasta no asegurarse que fueran los que ellos querían.
Tan buenos eran los buenos, que perseguían como perro con hambre a quien consideraban su enemigo, y no cejaban en su afán hasta despedazarlo.

¡Qué pena que se vayan los buenos, para que vengan los malos!

Unos malos, malísimos, que ahora pasan a ser los buenos, buenísimos, porque molieron a palos a los que eran buenos y que ahora son malos. Malísimos.

Llegan los malos para hacer lo mismo que antes hacían los buenos. Si para eso tuvieron que convencer a unos cuantos diputados que cambiaran de bando por un plato de lentejas, ¡qué más da! La cosa era tener un número mayor del que tenían los buenos. Y lo consiguieron para, mientras los molían a palos, hacer todo lo que no les dejaban: perdonar las muchas, incontables maldades de su líder, el enemigo público número uno de los buenos; ejercer a su albedrío el poder sobre la justicia; hacer que los encargados de las cobranzas se sigan haciendo de la vista gorda ante los impuestos que debe uno de los más conspicuos malos, que ahora es uno de los más buenos de los buenos; permitir la reelección inmediata del presidente más malo, que ahora es el más bueno. Y así.

Y así, porque los malos pueden pasar a ser buenos si son más numerosos que los buenos.

Claro que, en plena batalla, entre insultos, acusaciones y pescozones, unos y otros, malos y buenos, buenos y malos, gritan que todo lo hacen por la Constitución, por la ley, por la normativa jurídica y no sé cuántos otros gritos que gritan desaforadamente, cuando lo único que quieren es tener la sartén por el mango para ejecutar sus muchas bondades, o sus muchas maldades, según el caso, con el solo argumento de que pretenden despolitizar a la función judicial, politizándola igual, con la única diferencia de que desde ahora la controlarán los malos que, por ser más, pasan a la categoría de buenos.

Total, entre tantos mandoblazos que malos y buenos se dan a mansalva, la que resulta molida es esa ley que ellos dicen resguardar, cuando la despedazan mientras la interpretan a su sabor.

¡Ay, qué malos que son los malos!

¡Y, ay, qué malos que son los buenos!